El domingo lo pasé bien leyendo al profesor Alcaraz. Sale de un accidente cardiovascular y titulaba así su artículo: infarto. Sonrío dándole la bienvenida al club. Hablaba de angioplastias, de doctores y de atenciones públicas en hospitales públicos. Sólo puedo corroborar sus letras, máxime si el doctor Ruiz, a quién menciona, controló su cateterismo.

Sufrir un infarto agudo de miocardio es jodido. Lo aseguro. A mí me sorprendió, (con mucha severidad) hace tres años y medio, a traición, o tal vez no. Venía avisando desde hacía meses, dolores escapulares, angustias, apuros. El caso es que eso... anginas de pecho..., era el principio de la calamidad consecuente. Luego está la suerte. El entrenador Manuel Preciado, por ejemplo, tuvo peor fortuna ante los signos externos. Y de esa manera muchísimos infartados. Otros, los más, aquí seguimos, irrumpiendo en la vida, al principio como si fuese otra oportunidad y más tarde igual que siempre. Soy consciente que tanto Alcaraz como cualquier compañero, podríamos haber muerto en ese instante fatídico. (Recuerdo que la mayor y peor sensación era sentir cómo un ser oculto tiraba de mi lengua hacia atrás mientras la vida se iba a la mierda. Puesto a imaginar, mi mente literaria veía súcubos agitando el fuego fatuo del caldero).

Si de algo sirvió el post infarto, amén de meterme en líos laborales impresionantes, fue sentir la imperiosa necesidad de escribir. Esa sensación ya la había ejercitado mucho antes, por supuesto, pero jamás con tanta ansia de perfeccionamiento. Juntè letras, palabras, frases, y de repente, hop, miles de historias acumuladas en el subconsciente emergieron cual espuma. (He de decir que el sentido de la muerte propia, algo que todavía no tenía reflexionado, floreció cínicamente... las arterias escleróticas, el corazón espachurrado..... tal vez por eso escribo, o profundizo en estudios, o rebato exigiendo arte, me muestro intolerante o soberbio.... para huir de la muerte.....)

Sobre el infarto agudo en sí, tres días de UCI, otra semana en planta y a correr mundo. El profesor Alcaraz está convaleciente aún, seguro que en los próximos meses, siete u ocho, andará entre algodones, antitrombóticos, anticolesteremias y antitabaco. Yo llegué a adelgazar veinte kilos el primer año. Recuperé veintidós en el tercer tiempo. Pero eso es lo de menos, que no lo es, en nada otra vez quedarán licuados. Lo importante es que, medicinas crónicas mediante, siete pastillotas diarias, recuperé el aliento vital. Y de ese aliento, surgieron todas las letras que ahora digo. Para solaz alivio de mi alma negra.