El cuerpo tiene esas cosas y uno se marea. Se marean los viajeros, los capitanes de barco, aserradores de pinos y las señoras remilgadas. Le dió una lipotimia, decían las crónicas de sociedad, una bajada de sangre, una subida, una desconexión perentoria. Pues uno se marea por cuestiones de pura biología, escacharrada como tenemos la mecánica interior. Dura segundos y tiene su belleza intrínseca. Belleza momentánea de anoxias severas. Las anoxias son hermanas de las hipoxias y las dos cumplen la exacta función de dejarte fuera de combate en un trís. El castellano posee palabras hermosas, palabros quizás. Un trís traducido como la inexactitud de un quásar, agujero de queso gruyere negro que aparece en medio de la nada por la calle. De tal manera, el mareo produce inquietud en mi mente, las tinieblas son floreadas y todo se transforma en golpes del más acá. Debo de relajarme, usar otra vez el viejo castellano y tumbarme a la bartola, que no con la bartola. Tumbarse a la bartola en un trìs mientras la tensión, (dístole y sìstole, gemelas siamesas) vuelve a su cómputo en un trás.