Tiene razón Vila Matas en su reflexión a propósito de las editoriales y el rechazo a los escritores. Le dicen, dice, a Oscar Wilde: "mi estimado señor, he leído su manuscrito. Ay mi estimado señor". O menciona, digo, a todo un experto, al joven canadiense Kevin Chong, contando en un artículo en The Globe Mail como le fué devuelto un manuscrito sin una sola palabra o letra contraria. Simplemente dentro del sobre, The New Yorker, metió el poema enviado hecho trizas, ras, ras, roto en pedazos. O como ún amigo recibió contrariado el rechazo editorial: "hemos leído con indescriptible entusiasmo su manuscrito. Si lo publicamos, será imposible para nosotros publicar cualquier trabajo de menos nivel. Y como es impensable que en los próximos mil años veamos algo que supere al suyo, nos vemos obligados, para nuestra desgracia, a devolverle su divina composición, y a rogarle mil veces que pase por alto nuestra miopía y timidez..."................... Escritores rechazados.

Es necesario pertenecer al honroso club del rechazo, denegado, no admitido, excluído. "Sentimos comunicarle que su mierda de relato ha acabado en la papelera ortotipográfica..", digo que dirían. Dublinesses de Joyce fué rechazada por veintidos editoriales, o el desprecio que el editor Guillermo de la Torre le hizo a un tal Pablo Neruda negándose a publicar Residencia en la tierra, o Barral haciéndose el loco con un tal Gabriel García Márquez y Cien años de soledad, o el mal ojo editorial contra Rulfo y su Pedro Páramo, "no tiene hilo argumental".

Así, "La tortuga ecuestre", de Moro, tardó años en publicarse, igual la autoedición con préstamo de "El Señor presidente" de Miguel Àngel Asturias, cuentan, digo. Es cierto, normalmente miran hacia otro sitio, "está exento de calidad, caballero. Tal vez deberían de reposar sus relatos en ningún sitio".

Entonces la avaricia del show bussines prende en las mesas de las grandes superficies, las colas de los best sellers y la fatigosa vida del poeta de barrio que escribe en el fanzine alternativo: "Hoy he tratado de vivir con lo escrito, así que después de todo un día de visitas a críticos y editoriales, viendo chicas que se liman las uñas y chicos ecónomos, decido definitivamente no pasar más hambre: me he comido los dieciocho versos endecasílabos que escribí angustiado una noche de invierno.".