Corto con una tijera el reloj a las tres menos diez de la tarde. Rompo con mis dedos un agujero en el forro del bolsillo de la cazadora y escupo disimuladamente contra un cadáver en la acera. Todo es espectáculo, detrás de las miserias personales forman los cordones de separación, las cámaras televisivas, los policías de servicio y los escaqueados, las motos de los guardias ordena- tránsito, que se valen del acontecimiento para fumar y el público en general, usted y yo. Con la barra de pan bajo el sobaco, o con la prensa matutina. Que miedo dice una señora. Un joven con granos en la cara le responde, miedo ¿porqué?, ya está muerto. Está muerto pero sólo se vé la sábana de aluminio dorada encima. Un muerto es un muerto, aunque se tire desde el cuarto piso. Era mayor, dicen, setenta años. Por eso la señora intuye miedo. Miedo de defenestración, lanzarse desde un balcón doméstico y morder acera o capó de automóvil. Corto con la tijera mi vida normal a las tres menos cinco. La vida es eterna.