Para los creyentes islámicos los nombres de dios son sublimes. 99 en su totalidad, encarnando virtudes excelsas. Han de conocerse de memoria y de esta manera se gozará de las bondades y beneficios del supremo. 99 nombres de dios traducidos: el único, el clemente, misericordioso, rey, santo, paz, creyente, el protector, etcétera. Para los judíos es también reveladora la diversidad nominativa deísta. Yahvé, Jehová, Adonair, El betel, El Olam, Eloah, El Shalom, etcétera, etcétera. Otra vez la traducción es similar, el altísimo, creador, infinito, y así sucesivamente. El cristianismo mezcla un poco de todo y atribuye idéntica traducción. Podríamos seguir hablando y enumerando todas las religiones y todos los nombres de dios traducidos. Los rastafaris, las religiones chinas e indias, el sijismo.

Todas coinciden en dos cuestiones: un ser supremo domina y jerarquiza la creación y el orden del universo. Ese ser es digno de loa y sumisión. En torno al supremo hay que construir todo un sistema férreo de poder y sacerdocio que contribuya a la susodicha adoración. La única forma de conseguir mantener la idea de dios es con dinero y armas. La banca y los ejércitos han de garantizar el origen divino de las clases dominantes. De esa manera, monarquías, caudillos y papados se mantendrán en la punta de la pirámide. Los 99 nombres del dios islámico, sumados a todos los demás acumulan tropecientas maneras diferentes de llamar opresión al mismo y fundamental elemento.