Adolf Hitler tenía una perra pastor alemán de raza pura llamada Blondi. El 30 de Abril de 1945 se disparó en la cabeza tras haber probado la eficacia del ácido prúsico, (Zyclón B, utilizado en las cámaras de gas), con Blondi. Vista la rápida muerte de la perra lo ingirió él mismo y Eva Braun, a modo de comunión sacra después de haberse casado con ella. Disparó sobre Eva y se descerrajó un tiro en la cabeza. Marga Goebels imita a Hitler: envenena a sus seis hijos, de cuatro a doce años, antes de darse ella misma muerte junto a su marido, Josef Goebels.

Son los últimos instantes en el búnker en Berlín. Al instante sacan a un patio interior los cadáveres y prenden fuego a Hitler y Braun.

Al contrario que todas las demás formas de muerte voluntaria, el suicidio nazi, fuè el equivalente irrisorio del genocidio perpretado contra los judìos y las razas llamadas impuras, un autogenocidio en miniatura, un suicidio perverso, sin recurso alguno a una posible redenciòn.

De esta voluntad genocida y autogenocida derivarà el negacionismo de los años setenta. Surgida del revisionismo historiogràfico, inventado por David Irving, Robert Faurisson, Paul Rassinier o Serge Thion, en nombre de una visiòn pervertida del derecho a la libertad de expresiòn, esta corriente, conocida como los asesinos de la memoria, consistirà en rechazar la existencia de las cámaras de gas, es decir, perpetuar, mediante un relato en forma de negación, no sólo el genocidio de los judìos sino también el borrado de sus huellas.

El negacionismo es consustancial del proyecto genocida en sí, puesto que permite a quienes apelan a él, perpetuar el crimen convirtiéndolo en un crimen perfecto, sin historia, ni huella, ni recuerdo, ni memoria.