Un hutu se une con una tutsi. Y los Montesco con los Capuletos. Un árabe yace junto a una israelí, un cristiano al lado de un musulmán. Buda dormita junto a Manitú, Zoroastro cabecea al lado de un sioux. Un taoísta toma copas con tres mormones en el bar repleto de negros, blancos y amarillos. El indio brasileño se pasea con un aro en los lóbulos dilatados de sus orejas y aquél aborigen australiano reza a sus dioses junto a un santero suramericano. Ella lame los labios de un sacerdote laico mientras un talibán negro reza en tu sinagoga verde. Los hombres, esta tarde doliente se han vuelto majaretas.

Fuma marihuana el narcotraficante hablando de fútbol a un catedrático griego. En la conversación intervienen una puta rumana con las medias rotas, el tendero soberbio de mi barrio y ese neo cirujano televisivo que conduce un jaguar último modelo. El bar es un bar al revés, los clientes sirven a los camareros, la música pone tocadiscos. Por los muslos lívidos de aquella modelo asoman venillas azuláceas, leves, recurrentes. Hay curas con sotana que se pintan de carmín negro los labios, y comentaristas de televisión que corren tras lobos mesetarios.

Un hombre desnudo, una mujer desnuda. Se miran, viéndose. Son nada, apenas nada. Dos cuerpos que, sin embargo, se desean.