En una visita al museo de arte contemporáneo quedé intrigado con un hermoso óleo azul celeste que colgaba en un rellano de las escaleras. No recuerdo el autor pero sí el título, que quedó grabado en oro cerca del marco. "Casi cuatro". "Casi cuatro" es la muestra de la obviedad. Un paisaje celeste con tres brochazos del mismo color y diferentes tonos en el centro mismo. El cuarto brochazo no llega a serlo, simula, nace, quiebra. Cuestiones difíciles las artíticas. A mí, por ejemplo, me entusiasmaba esa idea, ese quede absoluto, esa intromisión en la perplejidad del espectador. A mi acompañante le parecía una absoluta desvergüenza, una falta de respeto al valor de la interpretación, del trabajo mismo. Pura apreciación, claro. En 1961, en el Museo de arte moderno de Nueva York, se expuso un fabuloso cuadro de Henri Matisse, llamado "El barco". Por un error, fué colgado del revés. Así estuvo durante 47 días. Se dice que en ese tiempo 116.000 espectadores se detuvieron delante de "El barco" y lo contemplaron extasiados. 116.000 personas, que posiblemente no aprecieron el error y que, en su imaginería siguen viendo la pintura al revés. Entre los casi cuatros brochazos y el barco existe una diferencia de concepción, tal vez cumpliéndose el primer propósito de una obra en sí misma: transfigurar la realidad.