Casi me pegan. Un par de cervantistas radicales se levantaron del sillón y lanzaron una retahila de insultos hasta que abandonaron la sala. Hideputa, fementido, malsín. Sólo les faltaba la indumentaria. Todo porque fabula- fabulando, siempre pongo en entredicho a Miguel de Cervantes, incluso a su brazo. Decir que la obra maestra del manco, se debió al uso de escribidores más capacitados y adeptos que el de Alcalá, enciende a más de uno. Porque, digo, pienso, el novelista polifónico, épico, lírico y colérico, se une a los canónicos empleando a correctores, escribidores y creadores, oficios denostados tanto entonces como ahora. ¿Y si Cervantes no perdió brazo alguno?. ¿Y si como excusa, la manquería no era sino retoque presto y apuesto de un casanova hortera y alfredolandista de época?. Cervantes trajinaba con rameras mientras sus negros particulares, criados inteligentes, escribían al unísono aquella obra magna llamada don Quijote. Tanto se ha hablado de Alonso de Quijano y nadie reparaba en los dedos llenos de tinta de sus creadores. Casi me pegan. Fabula fabulando, los cervantinos izaron sables y arcabuces con el insano propósito de volarme las entendederas. Sálvenos el hacedor de los ortodoxos.