Se que la primavera enseña sus antenas porque los pájaros ya instalaron sus nidos en las celosías y porque la luna llena aullaba en el centro de un inmenso cielo negro batido por espumas de levante. Mientras, el gato sube encima de lo imposible para oler el tubo de extracción y buscar a los pollos que pían. Depredador y presuntas víctimas deambulando por el filo de la cuchilla.

Apoyo el vaso de café sobre una revisita doblada. Hace unas horas el mediterráneo entero llegaba hasta lo más alto de la ciudad: la bahía y su aliento. Beber alientos es cosa dulce, sólo tienes que desearlo, abrir sus labios agrietados, hacerla morir. Beber el hálito cálido, espíritu de cerveza, gas inocuo, breve sonido del alma. Luego todo es fácil, sólo hay que dejarse llevar y caer desde el piso dieciséis de tus piernas, inconsciente de tanta consciencia......

Es tarde, el sol baja vertical sobre los jardines quietos. ¿El arte de amar?... digo igual que mi maestro Ciorán (por cierto, ayer lo vi tomar croissant en una cafetería demodé, justo en la curva dónde las muertas aparecen en fin de semana)... es saber unir a un temperamento de vampiro la discreción de una anémona... coincido, además, -y lo digo sentado en mi púlpito vulgar- no escribe uno porque tenga algo que decir, sino porque tiene uno ganas de decir algo.

Escribo para nadie y para todos, para negarme mil veces (no hay negador que no esté sediento de algún catastrófico sí), para ti y tu aliento bebible, tu alma fundida en mi cuerpo, tu gimnasia abdominal, tus músculos de fuego, tus humedades y saladares. Escribo torpe, todavía con una segunda piel, camuflado de pinzas, disfrazado, curtido de vida...