El paseo me atempera, respiro, cinco, seis, cuento hasta siete. Un éxito. Boquerones y gitanos flanqueando los costados del mercado vendiendo ajos. Que dios se lo pague, jefe, me dice uno del clan. Guardias urbanos, controladores enfundados midiendo el milímetro de aparcamiento.

Estoy agotado. Me detengo en un bareto. Los camatas son amigos. Una birra y dos alcachofas. Comento: mentalmente si...ento fatiga, necesito respirar. Ya, comenta uno de ellos, por eso bebes birras, cabrón. Río, reímos. Se enrollan con el precio de la garimba.

Para quitarme los malos espíritus de encima he conseguido (como no) un librote de historia. El protectorado español en el norte de Marruecos. Buen ensayo. Ustedes no lo saben porque no lo he contado, pero uno está "especializado" en colonialismo, que sé un montón de esas cosas, vaya.

No suelo hablar del asunto porque a la mayoría de mis colegas les suena a chino mandarín. ¿Con quién se puede hablar de Beigbeder, Kühlental, Orgaz, García Valiño, Varela?. Generales africanistas conspiradores. ¿A quién aburrir con el papel de Francia, España, Alemania o Gran Bretaña en la contienda expropiadora?, ¿Siglo diecinueve, siglo qué?....

Camino zombi. Las calles se vuelven cilíndricas, giran en torno a una ideas que no tengo. Es una maravilla poder mirar al cielo y contemplar nubes de azúcar y algodón, nubes llenas de figuras, nubes.....

No hay nada más que narrar. Me paro hace un rato a leer mientras alguien paga un botellín. Luego me lavo otra vez la cara y, sentado frente a este teclado, vomito impresiones. Más allá de la mesa, el señor Cruzcampo espera entre pequeñas burbujas.