A mi me nace asesinar a saxofonistas tenores. Y cortarle las piernas al pianista, meter las baquetas en los sobacos al batería o hacer que el contrabajo engorde con su músico en el vientre. Un vientre magnífico. Éstas cosas las digo yo en el pensamiento, viendo los zapatos del músico moverse sobre las hormigas burdeos del escenario.

Se fusionan las notas en el parquet, reverbera la acústica de... la sala y, entre todo el silencio sepulcral (coño esto no es lo que era, el jazz no puede existir sin alcohol, drogas, humo y matones con diente de oro) brillan tus ojos como esmeraldas.

A mi me nace ahorcar al técnico de sonido que bebe Amstel entre bambalinas, apretar tu rodilla desnuda, volar entre pájaros focales soñando nada... (nada mejor que soñar nada).

Y la piel, siempre la piel, rozarla, metros enteros, lisos, cálidos, con pecas, motas, comisuras, marcas. La piel que se estrecha entre los dedos como un juego invisible de posibilidades exactas.

A mí, (ruidos en el cielo), me apetece desabrocharte la prendas, las cremalleras, las ideas del rincón dónde nunca llegaré. Y morirme un rato en el sudor de las horas.......