Conocí a Britta Crameri en un internado situado en Ftan, un pueblo del cantón GraubÜnden de Suiza. Las dos teníamos catorce años y habíamos llegado a parar a aquel lugar por voluntad propia. Aun recuerdo mis nervios. Estaba recién llegada y no conocía a absolutamente nadie. Además me habían informado de que ese año sería la única española del colegio. Lo cual era estupendo pues aquella circunstancia me obligaba a sumergirme a tope en el idioma oficial de la escuela, el alemán. Pero no dejaba de ser algo inquietante para una adolescente recién llegada a un pais extranjero. Los primeros días me los pasé sonriendo y respondiendo a todo indistintamente Ja ó Nein, tanto si entendía, como si no.

Una noche coincidimos en el lavabo. Britta me sonrió nada más verme. Se acercó a mí y bromeó sobre mi forma de lavarme los dientes. Me impresionó su sonrisa fresca y luminosa, con unos dientes blanquísimos y muy bien colocados. Me explicó que era de ascendencia italiana y me dió una lección de cómo debía cepillarme. Ella se tomaba su tiempo y, al contrario de lo que yo hacía, pasaba cuidadosamente por todos los puntos posibles de la boca. Debía disfrutarlo y no cepillar los dientes de cualquier manera. No presionar ni poco, ni mucho y así evitar que se malgastara el esmalte natural que éstos poseen.

Me pareció cercana y abierta. No sé si es que me vió cara de desamparada o qué, la cuestión es que desde ese momento me adoptó y nos convertimos en uña y carne. Britta era mi conexión con aquel nuevo mundo, mi protectora y tb mi traductora. Gracias a ella logré aprobar los exámenes equivalentes al tercero de la ESO y sobretodo sentirme feliz en un entorno muy diferente al que estaba acostumbrada, a cientos de kilómetros de casa.

Nos hicimos mayores pero siempre mantuvimos el contacto.

La primavera pasada vino a visitarme. Me dijo que se estaba muriendo. También añadió que tal vez la causa del cáncer era que no había podido vivir como ella hubiera deseado. Y que a partir de entonces pensaba hacerlo. Pensaba vivir a su manera. Tanto si le gustaba a los demás, como si no.

Britta no quería hacer químio. Dijo que, primero trataría de curarse con terapias naturales. Durante semanas se sometió a una estricta dieta alcalina y tomó todo tipo de ungÜentos medicinales. Accedió a que la operaran para extirpar del colon el tumor primario, y volvieron a darle resultados. El colon había quedado limpio pero, desafortunadamente, había metástasis en el hígado.

Hace pocos días estuve con ella en la sala 4 de la segunda planta del hospital de Sant Gallen, destinada a oncología. Había muchas personas tomando sus infusiones de químio. Personas de todas las edades y condiciones. Ella bromeba y era amable con todos. Mientras la observaba recostada, con todos aquellos tubos que entraban y salían de su cuerpo, me transporté a aquella noche en la que me enseñó a lavarme los dientes. Una vez más me daba una lección. Ella seguía sonriendo, mostrando sus dientes bien colocados y aun blanquísimos.

Justo antes de mi regreso, paseamos por el bosque y me dijo que la mejor arma para luchar contra el cáncer eran las cuatro eles: Lachen (reir), Laufen (correr o hacer ejercicio), Lieben (amar), y Lernen (aprender).Y que ella pensaba practicarlas hasta el final de sus día.

Gracias a Britta Crameri sé que frente al temido cáncer la vida puede tornarse aun más auténtica y que la actitud es lo más importante para combatirlo. Si uno aprecia la vida, ¿porqué no apreciarla hasta el final?