Es, sin duda, el secreto mejor guardado del mundo. No lo verás en ningún catálogo de viajes ni en promociones turísticas, pero si quieres conocer un auténtico edén, con una fauna impresionante al alcance de la mano y el paraíso de los pingüinos, tienes una cita con las Islas Malvinas. Para mi gusto, más interesantes incluso que las islas Galápagos. Yo no me lo podía creer pero allí estaba, en una cabaña rodeado de hasta cuatro especies de pingüinos, más que se ven en todo un viaje a la Antártida. El único reparo es el precio: una semana con todos los gastos incluidos sale por unos 4.000 euros, de los que la mitad se lo lleva el transporte aéreo.

Los pingüinos rey ni se inmutan de nuestra presencia

“¿Qué vas a las islas Malvinas? Si eso es un erial y allí no hay nada que ver salvo corderos pastando”, me dicen los pocos que tenían referencias de ellas. Pero la visión de distintos documentales en televisión y las informaciones que consigo por internet me deciden a gestionar una visita a estas islas subantárticas, situadas en los confines del mundo, muy cerca de la Antártida, y conocidas oficialmente como Falkland Islands, de dominio británico aunque para Argentina, que las reivindica como suyas, son las islas Malvinas.

Pingüinos rey con sus crías de color marrón en las islas Malvinas

Llego a Mount Pleasant, el aeropuerto de Malvinas, acompañado de mi mujer, a finales de noviembre, casi en el verano austral, con una temperatura media ideal, que ronda casi 15 grados. Allí nos espera el empleado de la agencia International Tours and Travel, que nos traslada hasta el hotel de Port Stanley la capital de las islas. Una ciudad con unos 1.900 habitantes de los menos de tres mil que completan la población total de las Malvinas, en casi su totalidad de origen británico.

Vista aérea del centro de Port Stanley, la capital de las Malvinas

Esa misma tarde damos un paseo por la población, de muy reducidas dimensiones y lo que más me llama la atención es el monumento frente a la catedral, construido con los huesos de las mandíbulas de dos ballenas, así como un monolito al ejército británico que acabó con la invasión argentina de 1982. De aquella terrible contienda de apenas 73 días de duración, con un balance de un millar de muertos, de ellos 649 argentinos, aún quedan tristes recuerdos, como aviones argentinos abatidos que las autoridades de la isla mantienen tal como quedaron, o los campos minados que impiden pasear por distintas zonas por el peligro de muerte que representan, como lo advierten ostensiblemente distintos carteles.

Todavía quedan campos minados de la guerra de 1982

El segundo día nos recogen temprano para tomar la avioneta de Figas, la compañía que efectúa los vuelos interiores, con destino a Saunders, una isla de pequeñas dimensiones famosa por su destacada fauna y casi totalmente deshabitada. Aterrizamos en una diminuta pista con unas pocas casetas, una de las cuales es un almacén de alimentación donde nos indican que debemos comprar alimentos para los dos días que estaremos en la isla, ya que no hay ninguna otra posibilidad de alimentación. Nos abastecemos de fiambres, mermelada, pan, algunas latas de atún, huevos, ensaladas, carne envasada y productos similares.

Armamento argentino que permanece en el campo de batalla

Acto seguido subimos en un todoterreno que tras unos 40 minutos de marcha por un territorio desolado sin un solo árbol nos deja en una cabaña metálica prefabricada situada en la falda de una colina junto a una preciosa playa. El chófer nos muestra el interior, con dos habitaciones con literas y un comedor con una pequeña cocina y abastecimiento eléctrico por energía solar. Tras informarnos de lo que se puede ver en el entorno, se marcha y nos deja allí completamente solos a mi mujer y a mí durante los próximos dos días.

La cabaña en las que nos alejamos está junto a los pingüinos

El lugar donde nos encontramos se denomina “the neck” (el cuello) y no exagero ni un ápice al afirmar que es uno de los lugares más alucinantes que he visitado en toda mi vida, y han sido muchos. Ya desde la cabaña puedo ver un gran movimiento en la playa de unas figuras que distingo claramente que son ¡pingüinos! Rápidamente cojo la cámara y me dirijo hacia ellos. El espectáculo es inenarrable: en la orilla varias decenas de la especie papúa están dispuestos para adentrarse en el mar, en un lateral hay un grupo de pingüinos de Magallanes, viejos conocidos míos de viajes por Sudáfrica, la península Valdés argentina e incluso en Galápagos. Pero mi mayor emoción se produce cuando diviso a apenas unos metros una veintena de pingüinos reales, una especie que sólo se puede contemplar aquí y en lugares remotos, y que ahora los tengo a unos metros, pasando olímpicamente de mí, impasibles ante mi presencia. Son los de mayor tamaño de todos los pingüinos, casi un metro de altura, tras el emperador, al que se asemejan muchísimo, con sus manchas de color amarillo en el cuello, y de color naranja en el pico y los laterales de la cabeza.

Los pingüinos rey sólo pueden contemplarse en lugares remotos

Parece inverosímil pero por mucho que me acerco a ellos ni se inmutan. Allí estamos, Charo y yo completamente solos y rodeados de tres especies de pacíficos y amistosos pingüinos. Que digo tres, sin casi más capacidad de asombro escucho un chapoteo en la orilla y al volverme contemplo el regreso de unos seres muy pequeños y de apenas 30 centímetros de altura con una llamativa cresta amarilla, ¡son los pingüinos de penacho amarillo! Es increíble pero en apenas unos metros cuadrados, y en plena naturaleza, en su propio hábitat, tengo a mano a cuatro especies de estas simpáticas aves, más de las que se ven en todo un tour completo por la Antártida.

Pingüino de penacho amarillo, el más pequeño de las Malvinas

No sé el tiempo que estoy allí, entre uno de mis animales favoritos, contemplando su gracioso y altivo andar y sus curiosos movimientos, pero tengo que interrumpir tan encantadora escena para regresar a la cabaña, que apenas se encuentra a doscientos metros, y pegar un bocado. Es una tregua de poco más de media hora. Aprovecho para estudiar el mapa de la zona y decido iniciar la tarde con una caminata hasta un acantilado próximo que es el lugar de anidamiento de uno de los albatros más raros del mundo, el de ceja negra. Son apenas 20 minutos de marcha cuesta arriba por una suave pendiente para llegar a un paraje de película, con multitud de aves albatros incubando huevos en una zona de acantilado, sin que mi presencie llegue a inquietarlas. No puedo dejar de recordar un lugar similar, las islas Galápagos, en cuanto a la ausencia de temor de los animales al hombre, pero con la ventaja de que las Malvinas están prácticamente vírgenes.

Zona de anidamiento de los albatros

Tras contemplar con todo lujo de detalles y en primer plano a los albatros incubando los huevos, reemprendo la marcha porque muy cerca hay una colonia de pingüinos de penacho amarillo, según el mapa.

Albatros con sus alas desplegadas

Y así es, apenas unos centenares de metros más y me tropiezo con un inmenso campo repleto de estas aves crestadas, muchas de ellas incubando los huevos sobre sus nidos. Camino con cuidado por entre ellas sin que aprecie la más mínima reacción. Ver andar a los pingüinos de penacho amarillo entre las rocas es graciosísimo, ya que lo hacen a saltos. Además, no sólo están estas aves, también abundan los cormoranes imperiales, igualmente incubando sus huevos junto a los pingüinos, en perfecta armonía. Lo único que rompe el silencio son los chillidos de algunos pingüinos que se amenazan entre sí pero sin llegar a mayores. Los días son ya largos a finales de noviembre en las Malvinas lo que me permite apurar las visitas hasta que empieza a anochecer. Al ocultarse el sol la oscuridad es casi total y comienza a notarse el frío, por lo que la única opción es regresar a la cabaña, al calor de una estufa y preparar la cena.

Dos pingüinos de penacho amarillo discutiendo

También amanece temprano y cuando me despierto, a las 6 de la mañana, llegan los primeros rayos del sol. Me asomo a la ventana y el espectáculo que observo es de lo que no se olvida nunca: multitud de pingüinos papúa merodean por los alrededores sin el más mínimo recelo.Tras un desayuno a base de huevos fritos, café, un poco de fiambre y tostadas, salimos para contemplar la única de las cuatro especies de pingüino que nos falta ver aquí en su hábitat. Se trata del pingüino de Magallanes, que ya conozco porque es el más extendido por otros territorios nada fríos, como Argentina, Sudáfrica y hasta las islas Galápagos. Es la única especie que cría en madrigueras pero están muy próximas, a apenas 500 metros de la cabaña. Muchos ejemplares pasean por el entorno y alguno de ellos incluso se decide por “cantar” con unos chillidos que más parecen rebuznos.

Pingüinos de magallanes se adentran al mar para alimentarse

Aunque lo mejor es ver a estas aves en los lugares en los que forman sus colonias, basta simplemente con pasar unas horas en la playa para ver desfilar a las cuatro especies, ya que todas ellas utilizan la playa para entrar al mar en busca del alimento diario y también para regresar. Además, la playa es un permanente teatro de operaciones de estos y de otro tipo de animales, principalmente aves, como distintas especies de patos, pero también algún elefante marino o hasta toninas, un cetáceo parecido al delfín pero de color blanco con manchas negras que se acerca hasta apenas unos metros de la orilla. ¡Todo un espectáculo de la naturaleza!

Panorámica de "The Neck" con pingüinos papúa en primer plano

Los pingüinos no ponen el más mínimo reparo a mi presencia y a mi cámara, pero seguro que piensan lo pesados que somos algunos humanos y la paciencia que tienen que tener. Es en este trance cuando compruebo que no estamos solos en el paraíso, y que alguien más lo ha encontrado, porque a lo lejos diviso a un humano con cámara y trípode. Me acerco hasta él y me indica, en inglés, que es fotógrafo profesional y que va a estar unas horas en “The Neck” para conseguir algunas imágenes de la fauna del lugar. Será la única presencia humana que veremos en este paraje en las 48 horas de estancia.

Fotógrafos profesionales acuden a este paraíso de la fauna

Tras la comida me acerco a una de las cuatro colonias de pingüinos papúa que sólo está a unos centenares de metros. Es curioso pero aquí las hembras están aún incubando los huevos mientras que en otras islas podré contemplar ya a las crías e incluso algunas bastante creciditas. El resto de la tarde la paso en la playa en una sesión sin tregua por el permanente trasiego de unas y otras especies que regresan del mar bien alimentadas y desfilando por la orilla a la espera de formar un grupo numeroso y volver a sus colonias. La amarillenta luz solar vespertina confiere todavía un mayor encanto al espectáculo.

Pingüinos papúa se dirigen a la carrera al mar

Es media mañana del día siguiente cuando oímos a lo lejos el ruido de un motor cada vez con mayor intensidad. Es el todoterreno que nos arranca de tan increíble paraje. Menos mal que aún nos quedan más cosas por ver en las islas. Una avioneta de Figas nos lleva ahora a Sea Lion Island, la isla del León Marino. La pista de aterrizaje está muy cerca de la única construcción en toda la isla, un lodge, una instalación que presume de ser el hotel lodge situado más al sur del mundo. A diferencia de la isla anterior, el hotel tiene grandes comodidades, una cocina excelente y unas habitaciones perfectamente equipadas. Podría calificarse como un buen cuatro estrellas. Esta circunstancia provoca la permanente presencia de turistas entre octubre y marzo, meses en los que permanece abierto. Tampoco son muchos, ya que sólo tiene diez habitaciones dobles. La isla tiene ocho kilómetros de larga y apenas 1,5 de ancha por lo que se puede ir caminando a todos los asentamientos de la fauna. Las novedades más destacadas son la presencia de leones marinos, que han dado nombre a la isla, y una importante colonia de elefantes marinos a apenas 300 metros del hotel.

Una alambrada evita que los pingüinos invadan el hotel

Nada más aterrizar en la Isla del León Marino nos dirigimos al hotel andando ya que la pista apenas dista un centenar de metros del mismo. Lo primero que vemos son pingüinos papúa muy cerca del hotel, tanto que se ha tenido que rodear al mismo de una alambrada para evitar que penetren en las dependencias hoteleras. Eso sí, es la única valla en toda la isla, en la que se pueden visitar todos los asentamientos y colonias de las distintas especies de fauna sin ningún tipo de cortapisas ni obstáculos.

Un pingüino papúa con una cría recien nacida y dos huevos

En la isla del León Marino hay un total de 16 colonias de distintos tipos de animales. Con tanto por ver en los dos días que vamos a estar en ella, no perdemos mucho el tiempo y tras un almuerzo excelente en el hotel emprendemos nuestra primera caminata a la playa de los elefantes marinos, donde me asombro de la cantidad existente y de la presencia de gigantescos y agresivos machos, algunos de ellos enfrentados entre sí en brutales peleas. Los grandes machos, con la trompa que hace honor a su nombre, imponen gran respeto, por lo que mantengo las distancias, pero no así las hembras y las crías, que resultan extremadamente dóciles. Filmando una de las luchas entre dos machos hay un equipo de tres personas con aparatosas cámaras y accesorios de filmación. Me acerco a ellos y me dicen que son de la BBC y que están rodando un documental. Desde luego será muy difícil que encuentren otro lugar donde poder filmar con plena libertad a esta y otras especies de la fauna de la isla. También en otros puntos me encuentro con fotógrafos profesionales en plena labor de sacar los planos más próximos e impactantes. La verdad es que es muy difícil encontrar otro lugar del planeta, salvo las Galápagos, en donde los animales obvian la presencia de los seres humanos y siguen a su bola.

Un elefante marino intenta ahuyentar a un caracara

En esta isla hay tres especies de pingüinos. La única ausente con respecto a la isla Saunders es el pingüino real. Con un todoterreno que el hotel pone gratuitamente a disposición de los clientes pedimos que nos den un tour por toda la isla para seleccionar las visitas más interesantes que más tarde haremos a pie. Una de ellas es la de los leones marinos, que contemplamos desde la altura ya que ocupan unas rocas inaccesibles a pie y, además, los machos suelen ser agresivos, especialmente en la época del celo.

Las crías de elefante marino son encantadoras

Lo único que no vimos en la isla del León Marino de todo lo que se puede ver en ella fue las orcas, que merodean muy a menudo las costas de las islas pero esos dos días de nuestra estancia se niegan aparecer. Una pena pero menos, ya que las orcas las he visto en distintos lugares, especialmente en Canadá.

Dos elefantes marinos en pleno combate

Tras los dos días en la isla regresamos en avioneta a la capital de las Falkland, ubicada en una de las dos islas mayores que junto a otras 700 menores completan el archipiélago. Nos alojamos en un bed and breakfast muy agradable. Llegamos al anochecer por lo que nos dirigimos directamente a cenar ya que el horario de los restaurantes para servir cenas empieza a las 6 y acaba a las 9, por lo que si te descuidas llegas tarde. Cenamos en el restaurante Falklands Brasserie. Como no nos podemos marchar de las islas sin probar su famoso cordero, pedimos unas chuletas a la brasa y una ensalada, con dos cervezas. El precio es de 33 libras esterlinas, que es la moneda oficial, equivalentes a unos 46 euros, un precio aceptable si se tiene en cuenta la exquisita preparación y que nos encontramos en los confines del mundo.

La lana de las ovejas de las islas Falklands es muy famosa

A la mañana siguiente tenemos una excursión a Volunteer Point, un lugar que va a ser la guinda final y otro de los lugares, junto con “the Neck”, más impactantes que he visto. Se encuentra a unos 80 kilómetros pero es una excursión de todo el día ya que hay que hacer el recorrido en todoterreno porque algunos tramos de la carretera de tierra están en mal estado y se precisan unas tres horas para llegar. Volunteer Point es una playa de unos dos kilómetros de larga, de arenas blancas coralinas que los pingüinos rey han elegido como su lugar de reproducción más importante de las Malvinas, con un millar de ejemplares aproximadamente. Tras estacionar el vehículo y cruzar el cartel indicativo de la zona, con algunas advertencias y consejos a los visitantes, llegamos a un punto desde donde se divisa una panorámica de la playa, con los pingüinos rey en las proximidades.

Pingüinos rey en Volunteer Point

Me llama la atención la abundancia de ejemplares de color marrón, que pese a su abultado volumen no son más que las crías, que se protegen del frío con una especie de abrigo de plumas que les cubre desde poco tiempo después de eclosionar el huevo y del que se desprenden cuando ya alcanzan la edad para valerse por sí mismos. Ni adultos ni crías hacen el menor desdén a las fotografías que les hago a apenas unos centímetros. Estamos otra vez solos en medio de estos encantadores personajillos que se asemejan a niños con chaqué y que parecen caminar en formación e incluso marcando el paso. El trasiego es constante entre los que se dirigen al mar para las capturas del día, los que regresan y los que permanecen al cuidado de las crías.

Pingüinos rey en formación

No recuerdo el tiempo que paso entre ellos pero me pasa volando, tanto que luego tengo que abreviar para poder contemplar también las colonias de pingüinos papúa, cuyas crías no sólo han salido del huevo sino que algunas ya están creciditas. Las madres ni siquiera se molestan cuando me acerco para sacar imágenes de sus vástagos. Por supuesto que no se me ocurre tocarlos. Para los pingüinos Magallanes, que también los hay aquí, reservo el menor tiempo por ser los que más conozco. El almuerzo es tipo picnic en un agradable rincón de la playa. Cuando abandono el lugar lo hago impresionado por tan maravilloso lugar. Hoy, años después de la visita, sigo pensando que tanto Volunteer Point como “The Neck” son dos de los lugares más impresionantes que he visitado.

Concentración de pingüinos rey en Volunteer Point

A media mañana del día siguiente, tras una corta visita para completar el recorrido por Port Stanley, un vehículo de la agencia de viajes nos traslada al aeropuerto internacional, a unos 50 kilómetros, para embarcar en el avión que nos lleva de regreso a Santiago de Chile. Cuando parto pienso en el viaje y ratifico el lema turístico de la oficina de turismo de las Falkland: son “el secreto mejor guardado del mundo”.

Pingüino papúa con dos crías

Para terminar unas notas técnicas sobre este viaje. Viajar a las Malvinas no puede ser más complicado ya que el único enlace con el mundo exterior, salvo algún crucero que recala unas horas muy de vez en cuando, es un único vuelo semanal, los sábados, desde Santiago de Chile, con escala en Punta Arenas. Esta falta de competencia provoca precios abusivos ya que la tarifa supera los 1.100 euros. Existe otra alternativa que son los dos vuelos semanales de una compañía aérea militar británica desde Oxfordshire, que es la que abastece fundamentalmente a las islas, pero los pasajes cuestan la escandalosa cifra de 3.113 euros.

Pingüinos crestados se dirigen al mar para buscar alimento

Otra gran dificultad es viajar por libre ya que los vuelos interiores entre islas, que los efectúa la compañía de avionetas Figas, no tiene ni días ni horas fijas de salida, por lo que lo mejor es que los gestione una agencia de viajes de las islas, que se puede contratar por internet.

Rodeados de pingüinos

Finalmente, es digno de agradecer que el departamento de turismo de las islas disponga de una guía gratuita en español, todo un detalle. Eso sí, en el resumen histórico sólo se señala que las islas fueron avistadas por un inglés en 1592, omitiendo que anteriormente portugueses y españoles ya mencionaron su existencia. También dice la guía que desde 1833 permanecen bajo la administración británica pero ignoran que las Malvinas fueron propiedad de la Corona española desde 1767 hasta la segunda década del siglo siguiente. La soberanía argentina prácticamente se limita a los 73 días tras invadirla en abril de 1982. La humillante derrota argentina posterior ante la armada británica sólo tuvo de positivo que provocó la caída de la dictadura militar.

Pingüinos al anochecer en las islas Falklands

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO