¿Cómo consiguió conquistar a la duquesa de Alba a Jesús Aguirre, sobre quien publicó un libro el año pasado?

Pues con mil diabluras. En su caso la conquistó por la inteligencia.

¿Qué le debe Aguirre a la tradición de los pícaros tipo Lazarillo? ¿Fue un pícaro intelectual?

No es un pícaro tradicional. Fue más bien un embaucador, un impostor, pero no en un sentido peyorativo. Fue un seductor a través de la inteligencia, sobre todo en un medio en que esa forma de inteligencia era una sorpresa. La aristocracia española es muy castiza. Los aristócratas eran amigos de los flamencos, se vestían de chulapones y eran tirando a analfabetos. Imagínate, y entra de repente un intelectual con una inteligencia disolvente, divertida... No me extraña que la duquesa quisiera probar con él.

Aguirre era un hombre de una vasta cultura, pero un experto en medrar. ¿Es un ejemplo más de que la cultura no nos hace necesariamente más éticos?

Yo entiendo la cultura como educación. Si la gente fuera educada, la mitad de los problemas se resolverían al momento. Es curioso, hoy en día se llega a Marte y, sin embargo, la sensibilidad humana apenas ha superado un grado desde la filosofía hindú o los poetas presocráticos. Incluso ha retrocedido el crecimiento cultural. Mientras la sensibilidad va a una velocidad casi estática, la técnica se desarrolla de forma exponencial. En nuestro mundo es más fácil ser un ingeniero aeronáutico que ser una persona sensible.

En el libro retrata también a toda una generación de intelectuales, entre ellos a García Hortelano, Benet... ¿Ha tenido continuidad esa generación?

No. Aquélla era un generación con unas características muy determinadas. Eran amigos, había un grupo en Madrid y otro en Barcelona. Muchos murieron muy prematuramente. Solían ser funcionarios, Gil de Biedma era empresario, otros eran editores, y todos tenían la libertad de la noche después de haber trabajado como burgueses; el alba era su frontera. Por aquellos años corría el final del franquismo, y ya se avistaba la libertad. Esa generación vivió noches de una bohemia dorada, fueron los primeros que supieron remover el hielo del gin tonic con el dedo, eran esnobs y fueron un referente. Luego hubo una zona de penumbra. Con el PSOE llegaron los bríos de otros creadores, los de la nueva narrativa y la nueva pintura, entre los que se encontraba Miquel Barceló. El PSOE necesitaba a esta gente para justificar su presencia en la sociedad.

Usted penetra en los laberintos del tardofranquismo y la Transición. Muchos elementos de esta última están siendo cuestionados, como el estado de las autonomías. ¿Qué se hizo mal en esa época?

La Transición se hizo mal y precipitadamente. La Constitución española es como una segadora agrícola, una de esas máquinas que sin diseño propio cuenta con alargaderas que sirven para todo. Nuestra constitución ni siquiera está bien escrita. Hubo un pacto de mutuo terror entre las diferentes partes, se buscó un equilibrio del miedo que provocó que todo el mundo remara hacia la misma dirección: hicieron lo posible para sacar la carreta del atolladero, pero mirándose unos a otros de reojo. Ahora se han encontrado con que este artefacto no funciona, sobre todo el título VIII, el de las autonomías, es el final del café para todos. Yo creo que vamos a tener dos países distintos: un tercio de gente rica que irá recogiendo lo que cae; y una clase media que bajará el nivel y que se convertirá en gente sufridora y menesterosa. ¿Va a generar esto un líder populista o una rebelión popular? Son dos interrogantes que quedan ahí.

La mayor tentación del intelectual es el poder. ¿Alguna vez se ha sentido atraído por él?

Nunca. Por naturaleza, soy casi contrario al que está arriba. Un ácrata. Para mí, la salud es el gran poder a una determinada edad. Ése es el gran poder, y tener proyectos y tener buenos amigos. Si los tienes, eres joven.