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Desde mi terraza

Brillante Billy Elliot

Periódicamente me doy una vuelta para ver lo que se cuece por ahí, artísticamente hablando. Y en estos días arranqué por Valencia para ver el nuevo espectáculo de La Fura dels Baus, una visión muy personal de El Amor Brujo, obra maestra del gran Manuel de Falla. Y confieso mi decepción: la indudable creatividad de la compañía catalana empieza a hacer aguas dada la reiteración de los elementos escénicos que son su seña de identidad; los artilugios que nos deslumbraron especialmente en la tetralogía de Wagner que pudimos disfrutar en el Palau Les Arts hace unos años, se convierten aquí en un dejà vu, entrando en un peligroso camino que produce cierto cansancio. Y aunque la voz de la protagonista es destacable, francamente no pude olvidar las creaciones que, en montajes más convencionales, hicieron -entre otras- dos grandes; Rocío Jurado y Carmen Linares. Y de Valencia a Madrid, donde recuperé el entusiasmo gracias a dos montajes muy distintos, dirigiéndome en primer lugar al Teatro de La Abadía, ante la duda de que veamos en Alicante Yo, Feuerbach del autor alemán Tankred Dorst; el personaje del viejo actor para el que ya no hay sitio en esta sociedad, está magistralmente interpretado por Pedro Casablanc, un actor «de toda la vida» y que en los últimos años se ha colocado en el lugar que merece, es una auténtica master class que ningún verdadero aficionado teatral debería perderse. Por eso animo a Paco Sanguino, director de nuestro Teatro Principal, para que no prive a los buenos aficionados alicantinos de disfrutar de este sobresaliente trabajo. Mi breve viaje teatral culminó con la visión del recién estrenado musical Billy Elliot, que es «una pasada». Me sentí contemplando un musical en Londres. El lector recordará la exitosa película del mismo título, y que trata del empeño de un niño de 11 años por dedicarse al mundo de la danza, en una sociedad machista, empobrecida y oscura de un pueblo británico, que tiene como fondo las huelgas mineras del año 1984, en plena era Thachter, momento que la activista y laureada Glenda Jackson definió como «regreso al mundo de Charles Dickens». Casi cien personas sobre el escenario, encabezadas por mi buen amigo Carlos Hipólito, Natalia Millán y Adrián Lastra. Pero los verdaderos protagonistas son los niños, que sorprenden por su profesionalidad, y que en cuanto se encuentren más sueltos (la obra acaba de estrenarse) redondearán un espectáculo de obligada visión. Sin duda es el musical más ambicioso y logrado que se ha acometido en España, y que lamentablemente no podremos ver en gira dada su complejidad técnica. Pero no quiero terminar mi artículo de hoy sin hablar de otra cosa. Estoy seguro de que me comprenderán si les digo que, después del atracón de independentismo catalán es imposible cortar por lo sano y es conveniente para mi salud mental una desintoxicación paulatina, porque «el procés» ha sido adictivo. Por eso traigo aquí un suceso que no deja de tener su miga; pues resulta que la actriz catalana Rosa María Sardá decidió devolver a la Generalitat la Cruz de San Jorge (Creu de Sant Jordi), que le fue otorgada en 1994 por su participación fundamental en la divulgación de la cultura catalana, argumentando que no era merecedora de una de las máximas condecoraciones que cada año concede el Govern. La Sardá entregó personalmente la cruz a un funcionario el 24 de julio, entregándole también una nota de su puño y letra en la que indicaba que «dadas las circunstancias no se consideraba merecedora de la distinción; añadiendo que como tal honor llevaba incluida la publicación en todos los periódicos de una esquela cuando se produjera su fallecimiento, podían ahorrársela» Genial. La actriz firmó recientemente un manifiesto en el calificaba de «estafa antidemocrática» la celebración del referéndum del 1 de octubre.

La Perla. La periodista y escritora Maruja Torres ha reaccionado en las redes sociales refiriéndose a la anécdota de la Sardá, diciendo que ella no va a devolver la Cruz de Sant Jordi que le fue concedida en 2004 «porque no sabe dónde la ha puesto». Puntualizando que a ella se la entregó el ex president Pasqual Maragall, y gritar pública y formalmente que «renuncia a las putas esquelas». Más genial.

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