Se ha hecho de rogar, pero cuando ha decidido acabar con su eterna timidez y ha irrumpido en el plano internacional con todas sus consecuencias lo ha efectuado por la puerta grande, utilizando los medios que generosamente ha puesto a sus pies la Academia de Hollywood. Corea del Sur es ya una potencia en el mundo del cine y lo es por todo lo alto y con todas las consecuencias, consiguiendo un record sin precedentes en la meca del cine, conquistando por un lado el Oscar a la mejor película en lengua extranjera y, por otro y esto es lo novedoso e increíble, el de mejor película sin apellidos. Ha osado superar las barreras de la lengua, obligando al público norteamericano a visionar masivamente un título en versión original en coreano. Ha sentado un precedente que ha asombrado a propios y extraños y que puso en pie a las más de tres mil personas que abarrotaban el Teatro Dolby de Los Angeles.

A partir de ahora y gracias a esos Parásitos podemos asistir a un fenómeno parecido al que tuvo lugar cuando en 1950 el cine japonés, ausente por completo de las pantallas europeas, penetró en las salas de occidente gracias al impacto que produjo una cinta inolvidable y fascinante, el Rashomon de Akira Kurosawa. También el fenómeno tuvo trazos de revolución, pero entonces la película en cuestión «solo» había recibido una nominación a las estatuillas y el León de Oro en e Festival de Venecia. La de Bong Joon Ho ha cosechado tal cantidad de galardones que se requiere de una enciclopedia para recoger el aluvión de premios. Si algo supone esta circunstancia es que su filmografía deja de recluirse en las capillas y en las salas de filmoteca y se abre a todo tipo de espectadores sin requisitos previos. No debe olvidarse que hasta ahora su obra entraba en el apartado de lo maldito o exótico. Ese fue el destino de Memorias de un asesino en serie, The host o Mother que pasaron, salvo en parte la segunda, totalmente inadvertidas en Alicante,

Fue el factor más relevante, por supuesto, de la ceremonia de la madrugada de este lunes y un hecho que nadie había planteado ni como mera hipótesis y eso a pesar de que venía con la mochila bien repleta, incluyendo la prestigiosa Palma de Oro del Festival de Cannes. Fue tal la sorpresa que el director surcoreano, siempre con su traductor al lado, sintiendo que Martin Scorsese podía sentirse agraviado, le pidió algo parecido a las disculpas a quien consideró que era su auténtico maestro. Pero no era ese el caso y el director de El irlandés le envió una sonrisa sincera y casi emotiva. Una reacción que se repitió, eso sí, nada menos que otras tres veces, cuando el nombre del cineasta oriental recogía nuevas estatuillas por la mejor dirección y mejor guion original. Era el gran vencedor de la noche, un nuevo y flamante inquilino en el olimpo de los maestros del cine.

El resto, todo hay que decirlo, entró en los esquemas previsibles de la sesión y la suerte corrida por Pedro Almodóvar y Antonio Banderas no varió un ápice al respecto. Pero sus contrincantes, el actor Joaquín Phoenix y la citada Parásitos tenían todos los billetes del concurso.

Lástima, eso sí, que el largometraje de animación Klaus fuera apeado injustamente por Toy Story IV, porque aquí sí que David merecía derrotar a Goliat. Pero esa es otra historia.