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Y Julio «planchó» América

De izquierda a derecha, el productor Richard Perry y los músicos Julio Iglesias, Willie Nelson y Albert Hammond. ARCHIVO

«Tuve que elegir entre el psiquiatra y las Bahamas», declaraba Julio Iglesias en 1985 a la revista ¡Hola!. Hacía apenas unas semanas que el artista español se había retirado a su mansión de Nasáu para descansar de la intensa gira mundial que le había llevado a recorrer más de 90.000 kilómetros para ofrecer 120 conciertos. A pesar de estar agotado física y emocionalmente, Julio se mostraba exultante. Después de años de intenso trabajo, por fin había conseguido su mayor deseo: convertirse en el cantante más popular del planeta y conquistar al público de EE UU.

«En los años siguientes tuvo éxitos importantes como el disco Un hombre solo, que vendió muy bien, o La carretera, pero después de que conquistara el show business mundial, su carrera fue cuesta abajo. Daba la sensación de que su momento había pasado», explica Hans Laguna, filósofo, doctor en Sociología y músico. Tras tres años de trabajo, Laguna ha publicado Hey! Julio Iglesias y la conquista de América (Contra, 2022), un ensayo de más de 400 páginas y abundante material gráfico que repasa el medio siglo de carrera de Julio Iglesias y analiza su estrategia para triunfar en el país que inventó el negocio del espectáculo gracias a su inteligente uso de los medios de comunicación, a la creación de una potente marca personal y, por supuesto, a su esfuerzo y empeño.

Tiempos difíciles

«Mis primeros tiempos en Norteamérica fueron muy duros. Aleccionadores, enriquecedores, pero durísimos. Yo llegué allí demasiado mayor, a los 35 años, cuando ya tenía muy aferrado el sabor, el olor y el color de mi tierra. El choque fue muy fuerte y lo pasé fatal», recordaba sobre su desembarco en Miami. Además del desarraigo que suponía abandonar su país, el cantante, respetado en Europa y Latinoamérica, tuvo que sufrir el desprecio de buena parte de la sociedad y los medios de comunicación.

The Village Voice, el periódico contracultural neoyorquino, dijo de él: «Parece un hombre agradable, pero, ¿por qué es naranja?», en referencia a su afición a tomar el sol; Barbra Streisand se negó a hacer un dueto con él espetándole a su mánager: «¿De verdad quieres que grabe con este tipo?»; varios periódicos se mofaron de su rudimentario inglés y sus canciones fueron calificadas como «música para planchar», en referencia a las empleadas domésticas latinas que se la ponían de fondo mientras hacían las labores del hogar. Llegó a ser calificado como «el sex symbol de la menopausia», comentario al que él reaccionó con humor: «Siempre que [las fans maduras] me piden un autógrafo me dicen que es para su madre». Unos años después, cuando ya era famoso en EE UU, incluso hizo un cameo en Las chicas de oro.

«Parte del rechazo tenía que ver con el hecho de que la crítica cultural y musical de EE UU estaba hecha por hombres cuyo paradigma era la música rock», explica Laguna. «Lo veían como alguien artificial y lo menospreciaban porque su público era predominantemente femenino, lo que no deja de ser una actitud claramente machista».

La prensa también mostró actitudes xenófobas y racistas. El Julio Iglesias que en Europa y Latinoamérica resultaba inalcanzable por su fama y sus millones, en EE UU era más bien el jardinero de El amante de Lady Chatterley, el mozo de cuadras o el chofer de telenovela que seduce a la señora de la casa. Durante los primeros años de su estadía en EE UU, Julio fue agraciado con el pack completo: machismo, racismo y clasismo.

A pesar de esos desprecios, Julio no desfalleció en su empresa por conquistar al público estadounidense. Para conseguirlo, contrató los servicios de Rogers & Cowan, agencia de relaciones públicas que lanzó una campaña de comunicación para darlo a conocer entre los líderes de opinión con un escueto pero contundente eslogan: Julio who? [¿Julio quién?].

«La campaña utilizó muchas de las estrategias que habían empleado The Beatles en 1964 y que hoy en día utilizan artistas como Rosalía. Aunque siempre se ha vendido que lo de The Beatles fue una cosa espontánea, en realidad tenía detrás un gran mecanismo de relaciones públicas. En ese sentido, Julio entendió rápidamente que, más allá de ser un cantante, era un personaje o una marca que tenía que estar siempre generando contenido», señala el autor de Hey!.

La chispa de la vida

De la mano de R&C, Julio Iglesias apareció en el Tonight Show de Johny Carson, grabó un dueto con Willie Nelson, otro con Diana Ross y, poco después de que Michael Jackson firmase un contrato millonario para ser la imagen de Pepsi, Julio cerró un acuerdo aún más lucrativo para ser imagen de Coca-Cola. Pepsi buscaba posicionarse dentro de la comunidad afroamericana; Coca-Cola consideró que Julio podía resultar un buen prescriptor tanto entre la comunidad WASP como entre los millones de latinos residentes en EE UU.

Entre otros beneficios, ese acuerdo permitió financiar la costosísima gira mundial de 1984 que consagraría a Julio Iglesias, la misma al final de la cual se vería obligado a refugiarse en Nasáu. Esa a partir de la cual comenzaría la decadencia de su carrera, como demuestran los siguientes acuerdos de patrocinio. En 1997, por ejemplo, su gira española estuvo esponsorizada por La Casera, bebida nacional que nada tenía que ver con la cosmopolita «chispa de la vida». Cada vez que el cantante subía al escenario y veía el logotipo de la popular gaseosa, comentaba indignado: «Coño, la próxima la vamos a hacer anunciando salchichones».

A la queja, sin embargo, solo le faltaba añadir la coletilla «otra vez». Aunque tal vez Julio quisiera olvidarlo, en 1992, su gira española la había patrocinado la marca de embutidos El Pozo.

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