El viernes pasado, en la noche, falleció el pintor alicantino Daniel Escolano Cárcel. Había nacido en San Gabriel, que tanto amaba, en 1954, si bien disfrutaba narrando que había sido concebido antes en un “mágico” y amoroso baile de sus padres en el Racing de San Gabriel. Su estudio, situado en ese popular barrio, contemplaba tras los cristales, simultáneamente, el inmenso horizonte del mar y el casi imperceptible límite que formaba con el infinito cielo azul. No en balde, le gustaba mucho bucear por los fondos marinos, donde, en ese ambiente movedizo y líquido, observaba atentamente y reflexionaba acerca de la vitalidad de sus especies, particularmente de las caracolas, los caballitos de mar, los llamativos peces mariposa que abren sus escamas como si fueran aves y los pulpos, los animales “más inteligentes”. También miraba las aves -las palomas, las gaviotas, los pájaros…-, cuyos vuelos le impresionaban vivamente, esto es, su agilidad, su libertad y su deseo de surcar el cielo y ascender -trascender- sobre la tierra. Así, todos estos seres marinos y alados le revelaban la belleza de la vida y su inquietante flujo y evanescencia.

Pues bien, en estos dos territorios, situó Daniel la mayoría de los seres que poblaban su colorista, creativa y desbordante imaginación. Eran seres fantásticos cuyas formas se estilizaban, diluían o extendían, sinuosa e imparablemente, por el fondo del mar o se desplegaban generosamente por el cielo, sin barreras ni fronteras. En ocasiones, estos mundos se dividían, abriéndose entre ellos saltos en el vacío, abruptas rupturas del suelo o insondables abismos; mientras que, otras veces, ocurría justo lo contrario, pues esos diferentes seres, pertenecientes a espacios tan distintos, intercambiaban sus geografías, como si una poderosa y armónica unidad los interrelacionara inseparablemente. Y es que la unión y la fractura constituían una manifestación tanto de la polarizada conciencia de Daniel como de su intensa ansia de superar la división de su mente con el mundo, reuniéndolos a través de una sexualidad pura y de un amor de alcance cósmico. En este último sentido, en mi opinión, los territorios de su imaginación simbolizaban, en lo más hondo, a su padre -el mar- y a su madre -el cielo-, que no eran otra cosa que un trasunto del inmenso amor que ellos tenían y que el artista les profesaba.

En todo caso, convine incidir en que, con su maestría técnica en el dibujo; con su perfecta línea realizada con un pulso firme, enérgico y sintético; mediante el color, los azules celestes y marinos, los naranjas del amanecer o del atardecer, los verdes de las plantas, los amarillos del sol y los rojos del fuego, de la pasión y de la turbación emocional; y, a través de nuevos materiales, como los cartones recién importados de Alemania y la aparición del metacrilato y de nuevas pinturas en el mercado, los aerosoles y pinceles…; con todo ello, Daniel nos ha dejado una peculiar y original transcripción plástica de ese universo de seres imaginarios que, aunque herederos del surrealismo, del psicoanálisis, de la filosofía zen, del cristianismo, de los mitos occidentales y orientales y del cine de ciencia ficción, portan el singular sello de su extraordinaria y brillante personalidad.

Por otra parte, Daniel puede ser considerado protagonista de la "movida alicantina" de los años 80 y 90 del siglo XX, con sus aires de libertad, con su delicado y perfeccionado tratamiento del cuerpo humano, masculino o femenino, y con su consciente defensa de una sexualidad libre de prejuicios, precisamente en un tiempo de tránsito histórico, todavía pacato y no liberado de represiones y censuras.

En resumen, creo, honesta pero firmemente, que Daniel Escolano Cárcel es un representante indiscutible del panorama artístico contemporáneo de nuestra tierra y que la memoria de la misma, siempre olvidadiza, requiere la ética de recordarlo continuamente. A la Universidad de Alicante, a la que Daniel donó generosamente su colección, le compete una gran parte de la responsabilidad de mantener el legado de este genial artista y, a su familia, particularmente a su hermano José Luis, siempre generoso y atento en el cuidado y en las necesidades de Daniel, le llega una vez más la hora de cumplir la última voluntad de un artista que deseaba antes que nada reunir su obra pictórica para que no fuera el pasto de los polvos del tiempo.

Descansa en paz, querido y admirado Daniel, acabas de entrar a formar parte de tu mágico mundo como un personaje más del mismo.