Ray Loriga

Ray Loriga: «La vida no suele ofrecerte la posibilidad de tener un final feliz»

«Para una buena relación de amistad hay que mantener bajas las expectativas»

Ray Loriga, en una imagen
 reciente.  europa press

Ray Loriga, en una imagen reciente. europa press / VoroContreras

Voro Contreras

Voro Contreras

«Cualquier verano es un final» habla de cosas tan serias como la amistad, la pérdida de la juventud y la muerte. Pero lo hace con un tono de levedad y humor la mar de agradables. Que antes de escribirlo, a su autor le extirparan un tumor cerebral quizá haya tenido algo que ver con este tono. «Para mí el sentido del humor es fundamental a la hora de escribir y a la hora de leer -señala Ray Loriga (Madrid, 1967)-. Cuestionarlo todo un poco, angular la mirada, dejar que las olas pasen por encima... Y también a raíz de mi peripecia personal, que en el libro solo uso como catapulta de salida para la ficción, relativizas todo mucho. Cuando estas muchos meses en el hospital empiezas a verlo todo, especialmente la muerte, no como algo menos dramático, pero sí más banal».

El narrador pasa la misma peripecia personal que usted, la del tumor en la cabeza y todas sus consecuencias.

Sí, entre otras cosas porque, en todos esos meses de hospitales, médicos y enfermedades, pasarlo todo por el tamiz de la literatura me ayudaba a tener algo en lo que pensar. Era como hacer trabajo de campo, hacer algo útil. Ya que iba a pasar ahí unos cuantos meses allí, que no fuera solo para seguir vivo.

Se imagina que le hubieran quitado el tumor y, de repente, se hubiera transformado en un escritor de libros de autoayuda.

Tenía la esperanza de que, como a Homer Simpson cuando le quitan el «crayón» me hubiera convertido en un tipo listísimo. Pero eso no se dio, sigo siendo el mismo imbécil... Pero siempre tuve claro que todo eso que he detestado de la motivación personal y buscarle un rayo de luz a la desesperanza y todas estas cursilerías, en esa situación me parecían aún más cursis. En todo caso, seguiría siendo el mismo idiota, no un idiota distinto.

Yorik, su protagonista trabaja porque no hay más remedio. ¿Cómo lleva usted lo de seguir trabajando después de lo ocurrido?

Seguro que hay hombres y mujeres a los que si les tocase el Euromillón cambiarían de trabajo o dejarían de trabajar. Pero yo seguiría escribiendo, por lo que supongo que hay algo de vocación o de pasión. Probablemente no haría tanta promoción o me tiraría diez años para escribir un libro de poemas. Desde luego haría estas cosas con muchísima menos presión.

También habla la novela sobre la libertad para morir.

Creo que la sociedad tiene demasiadas zonas marcadas, como si estuvieras en un avión en el que te indican las tres puertas por las que tienes que salir. La vida no debería ser así. Respetando siempre el libre albedrío de los demás, deberíamos ser mucho más libres de lo que somos. Pero desgraciadamente no lo somos, tenemos demasiados condicionantes de estructuras férreas laborales, sociales y familiares que nos hacen preguntarnos a lo largo de la vida si nos queda algo de intención.

Suicidarse por hastío, como intenta Luiz, ¿no es una cosa de ricos?

Sí, es una cosa solo para las elites económicas. Pero no es solo hastío, es también miedo a algo peor. Es como si alguien estuviera escribiendo la novela de su vida y quisiera acabar en un final feliz. Desgraciadamente, la vida no nos va ofrecer muchas oportunidades de un final feliz. La muerte suele venir precedida de desgracias, decrepitudes, mermas de capacidades y de las dignidades... Luiz lo que pretende es acabar donde quiere, de la manera más plácida posible, sin angustias ni tristezas.

¿A los amigos los idealizamos más que a los amantes, como hace Yorik con Luiz, o simplemente los comprendemos mejor?

No lo sé, dependerá del amigo y del amante. Cualquier formulación de amor -y la amistad lo es- es una sublimación involuntaria que el otro no ha pedido. La amistad es tener un pedestal vacío y estar esperando a subir alguien allí para decirle ‘ahora te adoro y vas a hacer todo lo que espero de ti’. Afortunadamente, no hay una sola etiqueta para una relación personal porque todas las relaciones son un conglomerado de cosas y de matices.

¿Usted echa de menos más a los amigos o a los amantes?

Procuro tenerlos a los dos cerca para no tener que echarlos de menos. Para una buena relación de amistad hay que rebajar las emociones y las expectativas, pero es inevitable que en cualquier pareja tendamos a crearnos metas y logros, y eso crea tensión y destruye mucho. Yo, como mis personajes, lucho por esa amistad como la que tenían Borges y Bioy Casares, saber que el otro existe y molestarse lo menos posible. Volver tras años sin verse al mismo punto sosegadamente, a una paz a veces silenciosa.

¿Ha huido de etiquetar la relación de Yorik y Luiz? Dice que son amigos pero podría haber dicho perfectamente que son amantes.

He huido de ponerles nombres que solo sirvan para tranquilizar el criterio ajeno. Me importa un bledo el morbo y la curiosidad por definir lo que estos dos hombres sienten. Es algo tan profundo y tan íntimo que requiere poca explicación hacia afuera.

¿Qué hace el escritor maldito que dicen que usted fue escribiendo sobre plácidas cafeterías suizas donde se comen pastelitos?

Me sucedió con este libro que concebí durante una larga enfermedad y una larga recuperación en la que prácticamente solo me movía de la cama al baño y del baño a la cama, que cuando salía de ella, vino la pandemia. Fui de confinamiento a confinamiento, así que me apetecía que mis personajes viajaran mucho a sitios encantadores y donde he sido feliz.

¿Pero hay una huida de usted mismo y de esa imagen de escritor urbano y pendenciero?

No, hay una evolución normal. Primero, porque nunca he sido el maldito que se dice que fui. Hacía unas cosas a los 20 años, otras a los 30 y ahora a los 60 tengo una vida bastante más tranquila. Y si miro mucho hacia atrás, lo que más he hecho en esta vida ha sido estar sentado ante una mesa leyendo y escribiendo.