Siempre podré decir que estuve allí. Que corrí la Mitja Marató de Santa Pola en 2015. El año en el que se batió el tope de inscritos con 9.360 corredores, de los que llegaron a meta 8.208. Y el año en el que el atleta keniano Vicent Yator -sólo lo vi, admito, en la pantalla gigante antes de salir- trituró el registro de la prueba con una espectacular marca de 1 hora y 15 segundos flanqueado en el podio por sus compatriotas Justus Kipkogei y John Kipkovik. Sólo faltó que las chicas se sumaran a esa fiesta con otro récord. No l0 hubo. Venció la keniana Georgina Rono con 1: 11:02 con su compatriota Edhnah Kimaiyo segunda y la rusa Anastasia Kushnirenko en el tercer cajón.

Con todo, la Mitja Marató de Santa Pola es mucho más. Es una cita imprescindible en el calendario de carreras populares. Sólo había que ver las camisetas de los miles de «runners» que acuden año tras año a la villa marinera desde todos los puntos de España y también del extranjero. Santa Pola se ha convertido en La Meca de los atletas veteranos. Un lugar al que tienen la obligación de peregrinar una vez al año para renovar el compromiso con su deporte. Y en el santuario de la legión de corredores populares -como es mi caso- que un día probaron a ponerse unas zapatillas y se engancharon sin vuelta atrás. Incluída gente conocida. Recogiendo el dorsal el sábado me encontré con el secretario general del PP, José Juan Zaplana, que completaba su primera media. Y ayer en la cola de la consigna para dejar la bolsa con el rector de la Universidad de Alicante, Manuel Palomar. Ya saben: la Mare de Déu. Pero también te encuentras con gente que hace tiempo que no veías como, por ejemplo, Cristina Llopis, mi compañera de pupitre en Benidorm durante años y ahora también «runner». El asfalto iguala a todos. Y detrás de los 8.208 corredores que llegaron a meta -y también de los que no la alcanzaron- hay una gran historia, un sueño, horas de enorme esfuerzo y de trabajo... Muchos kilómetros. Nadie pierde.

Mi historia empezó ayer a las siete menos cuarto de la mañana. Hasta en el horario cambian los hábitos del fin de semana. Despertador y pauta de las grandes citas. Ducha para despejarme. Y buen desayuno: tostadas con mermelada y café. Me esperaban cuatro compañeros -Luis, Helen, Marian y Javier, que conducía- de mi nuevo equipo Club Urban Runners -fui una vez a entrenar, como me dijo Marlene Estévez, y ya me quedé- para plantarnos en Santa Pola. Cada uno con su ilusión. Con su prueba de superación personal. Era mi tercera media y buscaba pegarle un «bocado» a mi marca personal. La espera pasa volando. Un café para activarte, estirar, mi primera foto de equipo ya con la camiseta «verde» oficial -gracias José Manuel Albentosa-, ambientazo en la calle, calentamiento, buen tiempo y de inmediato al cajón de salida. Al último. Al más numeroso. Al de los corredores más «humanos». Pero, quizá, el más rebosante de ilusión y épica.

Como ya es habitual, me situé mal en la salida. Muy atrás. Había previsto una cosa -correr con un grupo a un ritmo- y me salió otra. Pero en Santa Pola sólo hay una Media Maratón al año. Y es el día de competir. Llevas semanas de preparación. Así que salí al ritmo marcado y fui progresando. Poco a poco. Camino del kilómetro 8, saliendo del Puerto, me enganché a la marcha de dos compañeros del club -Juanfran, grande su carrera con dolencias físicas; y César- y decidí quedarme con ellos. Durante el recorrido encontré caras conocidas. Siempre es un estímulo. Un apoyo. La compañera Cristina Medina, de la Cadena Ser -el año que viene tienes que volver a correr-; mi amiga Estrella Valdecantos -también tienes que probar en 2016 con tus Beer Runners-; mi primo Ricardo, con su mujer Mari Carmen también en carrera... Me sentía fuerte. Y cerca del 11 decidí tirar. Era el peor momento con el paso por la playa y la única cuesta del circuito Me tomé el gel de cafeina. Una botella de agua y adelante. Era, quizá, demasiado pronto.

A buen ritmo fui escuchando los gritos de ánimo a los corredores que trotaban en las últimas posiciones; me divertí con los grupos que bromeaban con la presencia deCristina Pedroche - a ella no la vi ni siquiera en la pantalla-; y disfruté con la emotividad de entrar en las abarrotadas calles de Santa Pola cerca del kilómetro 14. Pasado el 16, la cosa se empezó a torcer. Las piernas pesan. El segundo gel -de manzana y, error, que no había probado nunca- ni siquiera me entró. Y en el 19 la cosa se complicó aún más. Los gemelos se «subieron». Un calvario a cada zancada. Pero el dolor es pasajero y la gloria eterna. Resistir para la inolvidable recta de meta. 1 hora 48 minutos y 2 segundos. Mejora de tres minutos en mi marca. Yo gané. Todos ganaron.