Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tribuna

Papá, por qué somos del Lucentum

Pedro Llompar, Pitts, Gjuroski y Rafa Huetas aplauden a la afición tras ganar al Tau el segundo partido. Rafa Arjones

La pasión por el deporte es algo que se tiene o no se tiene. Intentar explicarla es como pretender vaciar el mar con cubos de agua; como contar los granos de arena del desierto. Imposible de comprender para algunos; imposible de olvidar, para otros. El amor a un club corre por las venas y te mueve el corazón como pocas otras cosas. No busquen las razones. No distingue de razas, clases, colores políticos o edades. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. Las alegrías que te da el deporte, como las de la vida, se disfrutan mucho más cuando se comparten. Cuando se convierten en abrazos, en aplausos, en gritos acompasados.

No es fácil explicar la emoción de ver que ese jovenzuelo de la cantera que lleva el 7 a la espalda y que ha estado muchas semanas esperando su oportunidad, sale como titular en un decisivo partido de «play-off» en casa cuando te juegas la vida. Ver salir a pista a Rafa Huertas y esperar que meta uno de esos triples que lanza, y verlo anotar cuando más falta hace. Disfrutar de los pases de Txemi a Bilbao y recordar que una canasta está bien, pero que una asistencia hace felices a dos… y a todo un pabellón. Sufrir viendo al entrenador pedir más agresividad al equipo y que no se cansen de lanzar: «Si se falla, se falla, pero hay que tirar». Desesperarse cuando Zohore pierde el balón; esperanzarse de nuevo cuando Chumi lo recupera. No poder contener ese salto en el asiento cuando expira la posesión, se acaba el cuarto y Gjuroski encesta desde la esquina, sobre la bocina.

Leer el partido en los ojos del capitán mientras un pívot le da instrucciones a otro. El cosquilleo en el estómago cuando vas por detrás en el marcador todo el encuentro y tu escolta favorito sirve el empate. Ver a tíos de casi dos metros hacer aspavientos sin parar para que cantes más fuerte, para que chilles con el alma, para llevarles en volandas a hacer mates como el de Allen; a entrar hasta el fondo como Arcos; a bailarle a la defensa como Pitts. La sensación de justicia de ver a Álex Galán erigirse como héroe en el último cuarto y convertirse en el MVP de la noche. Aguantar la ventaja apurando las posesiones y confiar en que no perderemos el balón.

Ver al presentador de la tele terminar de narrar el partido de pie porque ya no se aguanta sentado. Enmudecer con un triple del rival que les deja a tres puntos a falta de trece segundos. Estallar de alegría cuando suena el pitido final y tu equipo, a base de esfuerzo y corazón, ha conseguido empatar la eliminatoria de «play-off» en casa, ante su público, con su familia y sus amigos, con su gente. Contigo.

No es fácil explicar por qué somos del Lucentum. El baloncesto tiene una magia especial que no puede desgranarse; hay que vivirla. Mañana tienen una oportunidad única: se disputa el último partido de cuartos de final entre TAU Castelló y HLA Alicante. La victoria es el salvoconducto a la siguiente ronda de «play-off»; la de semifinales, de nuevo, al mejor de tres partidos. Solo puede quedar uno. Se juega en el Ciutat de Castelló a las 19.30 horas. Podrán verlo en persona, sintonizarlo en la televisión, escucharlo por la radio. No se lo pierdan, y ya nunca más tendrán que preguntarse por qué somos del Lucentum.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats