Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Yo estuve en el Bernabéu

Carlo Ancelotti es manteado por los jugadores del Real Madrid tras ganar LaLiga. Reuters

Pues sí, qué pasa, yo estuve allí el pasado miércoles, de principio a fin. Aunque no nos pongamos quisquillosos: sería más acertado decir que yo estuve “cerca” del Bernabéu. Concretamente en una taberna de Malasaña con pantalla grande y alta, y rodeado de guiris, raciones de calamares y dobles de cerveza. Que es bastante mejor que estar en el sexto anfiteatro del templo madridista, o rodeado de conversaciones turbias y pactos secretos en el palco del mismo.

Cogí sitio en la barra a las ocho y media y ya no lo solté hasta las doce menos cuarto. La épica, lo mágico y lo inexplicable se hacía esperar, mientras me autoconvencía con razones a cual más absurda de que no había nada malo en que un seguidor del Athlétic de Bilbao como yo estuviera esperando algo de un partido como este. A ratos me fijaba en el verde del campo, a ratos en la triste y doliente figura de Guardiola, a ratos releía a Jabois en el móvil tratando de entrar en éxtasis, y a ratos me pedía otro mollete con oreja y huevo frito y un rioja. La primera parte no fue muy allá, pero yo gané para la causa kilo y medio.

Al comenzar la segunda vimos a Carletto preocupado, a Vinicius fallón, a Modric cansado. De Bruynne sustituído, y Bernardo Silva como si fuera Zidane, pasando a Mahrez para que fusile a Courtois. Algunos lo celebran en el bar, pero por fin se hace un silencio tenso que impone que, ahora sí, empieza la cuenta atrás. Mucha tensión, pero la gente sigue pidiendo cervezas vermús, croquetas de rabo de toro, bravas. El Madrid no puede con su alma, y el Bernabéu tampoco es el infierno que se suponía. Una familia francesa atiborrándose de sesos solo levanta la cabeza cuando la toca Karim. El entrenador calvo y de negro riguroso maldice a Mendy por salvar un gol en la línea y se desespera con Grealish porque no apuntilla al enemigo blanco.

Y llegamos al minuto 90. Control imposible de Karim y buen remate de ese niño que parece Rodrigo. La multitud que somos en el bar damos un respingo al unísiono y se empieza a gritar “sí se puede” mientras se sigue bebiendo y comiendo. Sin tiempo llega el segundo. Saltamos, saltamos todos a una. Salto yo, lo reconozco, y grito gol, gol, gol, contento de que el Madrid (un club pobre y modesto, como todo el mundo sabe) acabe con el todopoderoso City de Guardiola, ese malvado de película de terror de serie B que ya no sabe qué decir ni qué cara poner en las ruedas de prensa. La rechufla del personal cada vez que sale su cara tristona en pantalla es importante. Llega el penalty y Benzema asesina al portero, que le había tratado de intimidar poniéndose delante. Air revoir, chaval, le dice. En lo que queda de prórroga el Madrid se defiende como si fuera un segunda B tratando de no descender, y la parroquia celebra cada despeje en dirección a La Castellana de jugadores que cuestan setenta millones de euros como si fueran obras de arte. Acaba el partido y todos gritamos, aplaudimos y nos abrazamos (yo con el francés con pinta de macroniano y su hijo de doce años, que está flipando con los bares españoles y el sabor de los callos). Así que sí, yo estuve allí. Y sentí la mística, la ética y la estética (cerca del) Bernabéu. A ver cómo hago yo para que me vuelvan a aceptar en San Mamés, ahora.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats