Crónicas lucentinas

El enmarañamiento cuántico

Adrià Rodríguez en plena acción en Alicante

Adrià Rodríguez en plena acción en Alicante / Alex Domínguez

Mar Galindo

Mar Galindo

Max Planck tenía tan solo 16 años cuando decidió que quería ser físico. Su profesor le había dicho que no lo hiciera; que, total, estaba ya casi todo descubierto (¡en 1874!). Sin embargo, él aspiraba a comprender los fundamentos de la física y, por eso, se matriculó en esta especialidad en la Universidad de Múnich. A los 21 años ya era doctor y, a los 22, profesor universitario. Cuenta la anécdota que, en una ocasión, olvidó en qué aula había de impartir su lección. Al preguntar en la secretaría dónde era la clase, el viejo secretario le respondió con una palmadita condescendiente en la espalda: «Hijo, no vayas a esa clase. Eres demasiado joven para entender al profesor Planck».

No sé qué tal llevan ustedes la física; yo soy más bien de Letras, pero quiero intentar explicar lo que hace mi Lucentum en la cancha sirviéndome de la ciencia que describe todas y cada una de las cosas que, de la primera a la última, suceden en el universo. Efectivamente, solo las leyes de la física, que nos hablan de resistencia, velocidad, peso, fuerza y tiempo, explican que el sábado pasado fuéramos perdiendo de casi veinte puntos contra el líder de la LEB Oro en su casa y tuviéramos en nuestras manos el triple para forzar la prórroga. La primera ley de Newton o ley de la inercia establece que el enorme trabajo de los chicos de Pérez Caínzos tuvo la fuerza suficiente para poner freno a la sangría de puntos de San Pablo Burgos, que temió por la victoria conforme los lucentinos apretaban en la segunda parte del encuentro. A Jon Axel Gudmundsson le basta, como a Arquímedes, un pequeño punto de apoyo para mover el mundo y enchufar 18 puntos sin despeinarse el tupé islandés. Barro también hizo sus 18 puntitos, probablemente movido por la segunda ley de Newton y las dinámicas mortales que el senegalés imprime al balón. Sin embargo, el arreón final no fue suficiente para evitar la derrota en el Coliseum, por lo que este viernes, en el partido contra Alimerka Oviedo Baloncesto, veremos en pista un despliegue digno de la tercera ley de Newton, o ley de acción y reacción: perdimos contra el líder pero hoy hay que ganar. Y eso solo será posible tirando de la física del equipo y, en especial, de su química. 

Pero volvamos a Max Planck. En 1918 recibió el premio Nobel de Física por sus aportaciones sobre mecánica cuántica (parece que no estaba todo descubierto, como le había insinuado su maestro). Su trabajo abriría la puerta de la investigación posterior (sí, especialmente la de Einstein) y de una de las teorías más fascinantes que existen en la física, de Galileo a Newton, de Pascal a Einstein, de Eratóstenes a Kepler, de Arquímedes a Faraday, de Copérnico al propio Planck. Es la teoría del enmarañamiento cuántico, que consiste en la posibilidad de transmitir información a distancia, y que recibió el Nobel de Física un siglo después que Planck. Dos partículas, aunque estén separadas a kilómetros, pueden compartir información al instante, de modo que ambas experimentan los mismos fenómenos aunque no estén en contacto directo. Aun siendo distintas, pueden comportarse como una sola. Están mágicamente entrelazadas. Y esa será la clave de la victoria en el Centro de Tecnificación: la conexión a distancia entre Harris, Davison, Gatell, Rodríguez, Hook, Kostadinov. Que, tal como sucede en la física cuántica, jugadores, afición y cuerpo técnico estemos enmarañados cuánticamente para convertirnos en una única fuerza arrolladora en el universo del baloncesto. Un entrelazamiento cuántico con sello lucentino de los que haría sonreír al mismísimo profesor Planck.