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Apagón

APAGÓN

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: ‘Haya luz’, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz ‘día’, y a la oscuridad la llamó ‘noche’. Y atardeció y amaneció: día primero» (Génesis 1:1-5).

Ya sea uno creyente o no, hay que reconocer que estos primeros versículos de la Biblia encierran una gran carga poética y resultan muy emotivos. Sin ánimo de realizar un estudio hermenéutico, me gustaría subrayar la fuerza que evoca el simbolismo de la luz en las escrituras; la luz, como contraposición a la oscuridad, es el hilo conductor de la historia bíblica y la teología, puesto que representan la dicotomía entre el bien y el mal. La oscuridad evoca todo lo contrario a Dios: la maldad, el juicio y la muerte; la luz, por el contrario, se usa como metáfora de la vida, la salvación y la presencia de Dios.

La ciencia, por su parte, también trata de explicar el comienzo del universo, y la luz es una parte integrante y muy importante del mismo. La teoría del «Big Bang» parece ahora mismo la más aceptada entre la comunidad científica, especialmente tras los últimos estudios que han encontrado pruebas irrefutables de la existencia de ondas gravitacionales, formadas por un movimiento súbito de ingentes masas (algo similar a las ondas que se crean en un estanque al arrojar una piedra). La existencia de esas ondas fue predicha de forma teórica por Albert Einstein, dentro de su teoría de la relatividad general, que propugnaba que esas ondas probaban que lo que era el universo, una bola de luz concentrada, explotó, convirtiéndose en algo más grande cuando sólo tenía una edad de 10-35 segundos.

En cualquier caso, y dado que no tengo los suficientes conocimientos cabalísticos ni científicos para explicar mejor ninguna de las dos teorías, ni tampoco pretendo convencerlos para atraerlos a alguna de ellas, bajemos a la tierra para seguir hablando del mismo asunto con el que hemos comenzado: la luz, aunque en su aspecto más mundano.

No voy a entrar a explicarles la escalada de los precios de la energía en nuestro país, porque es un asunto por todos conocido, ya que lo sufrimos en nuestros bolsillos en forma de una inflación desbocada. Ni tampoco intentaré desvelar los entresijos del porqué de esa escalada, puesto que ni los expertos en la materia son capaces de hacerlo. No, la reflexión que quiero compartir con ustedes va más allá y es la del nuevo espectro que se cierne sobre nosotros: el apagón.

Los últimos tiempos que nos ha tocado vivir han estado presididos, por desgracia, por la incertidumbre, la zozobra y, en definitiva, el miedo, instalado en una sociedad que se sentía invulnerable gracias a los grandes avances científicos y tecnológicos de los últimos años. Pero la realidad es muy tozuda y a base de imponderables, coronados por la pandemia de coronavirus, esa confianza de la sociedad occidental se ha tornado en un temor casi patológico.

Los que mandan, y no me refiero sólo a los políticos, aunque estos son los que mejor saben aprovechar este tipo de circunstancias, se han dado cuenta de que una sociedad presidida por el terror es más dúctil y fácil de manejar. Por eso, con el imprescindible concurso de los medios de comunicación, parece que se pasen el día pergeñando historias mefistofélicas, para las que luego inventan soluciones que pasan, indefectiblemente, por el recorte de nuestras libertades, una subida de impuestos o, en el peor y más frecuente de los casos, ambas cosas a la vez.

La teoría del apagón que ahora vaticinan para este invierno entra en esa categoría de problema creado para ofrecernos luego una solución, cuando el pavor nos penetre hasta la médula; de ese modo, ya no veremos con malos ojos el precio de la electricidad, puesto que, al menos, tendremos luz con la que calentar nuestros hogares y seguir con la actividad cotidiana, aunque sea a un precio inadmisible.

Seguramente habrán oído hablar de la historia de Edipo. Edipo era el hijo de Layo y Yocasta, reyes de Tebas. Cuando la reina estaba embarazada de él, los monarcas se dirigieron al Oráculo de Delfos, donde les predijeron que su hijo mataría a su padre y se casaría con su madre; todos los intentos de los actores de esta historia (narrada de una forma soberbia por Sófocles en su tragedia Edipo Rey) para evitar que la profecía se cumpliera provocaron que se hiciera realidad.

Esperemos que las acciones, inacciones, errores y estulticia de nuestros gobernantes no conviertan también el asunto del apagón en una profecía autocumplida.

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