Desde primera hora de la mañana Elda amaneció expectante por presenciar y participar en el primer gran desfile de sus fiestas. Sin estar incluida en la zona de mayor riesgo de lluvias de la Península, la ciudad zapatera no se libraría de la incertidumbre hasta casi el final de la Entrada Cristiana. Cerca de las seis de la tarde, una ligera claridad se abrió paso entre las nubes para alivio de los miles de festeros que poco a poco se iban organizando por escuadras en los alrededores de la Plaza Castelar.

Y comenzó el día grande de los Cristianos, cuya apertura corrió a cargo de la comparsa de Piratas. Las calles de la ciudad se iban preñando de personas haciendo tiempo en las salidas de emergencia, buscando un hueco desde donde contemplar el boato con el que los Piratas iban a inaugurar el desfile de los adultos, y por ende, la primera parte de una espectacular comitiva que tendrá su cierre de capítulo esta tarde con la Entrada del Bando Moro.

Sonaban las primeras marchas marcando el paso de una escuadra de portaestandartes tras la que desfilaban armaduras de cuero que cubrían a los comparsistas de cuerpo entero, rematadas por pequeños broqueles de acero. Fueron los primeros en despertar los ojos de las tribunas, que se movían con la desazón de imaginar una inoportuna llovizna arruinando la inauguración de los días grandes.

La trepidación de unos rápidos palillos sobre tambores finos atrajo la atención al comienzo de la calle. Cuatro músicos, vestidos de marina inglesa, rememoraron el paso marcial de los batallones desplegados en los puertos de ultramar que los ejércitos británicos utilizaban como base para sus galeones y naves de combate. Emulando quizá el siglo en el que piratas y marineros se disputaban los oceános, la comparsa se sirvió de la figura de un empolvado gobernador, tocado con peluca blanca y lunar de fieltro, para escenificar en su boato el desprecio por las imposiciones y la fiereza anárquica que define a los corsarios de quienes toma su nombrela comparsa de Piratas. La mujer del gobernador es el botín de siete salvajes piratas que descienden el oleaje de asfalto gritando y dejando brillar sus hojas curvas, ante la impotencia de los granaderos que custodian la carroza del delegado real.

Los bailarines de esta comparsa visten rayas negras sobre camisas raídas, abriendo camino a una escuadra de aguerridas bucaneras que cruzaban cadenas anunciando la llegada del navío negro donde viajaban, desafiantes, los autores del rapto.

A partir de ese momento las calles de Elda se llenaron de calaveras reproducidas en todos los tamaños y materiales imaginables mientras las bandas animaban el desfile de decenas de escuadras Piratas. Muchos aplausos arrancó una cabo que guiaba con precisión a sus chicas enfundadas en un escueto traje de encaje blanco y cardados afianzados en una felpa negra.

Poco después llegaría el orgulloso capitán de los Piratas luciendo una armadura de lamas de metal cuadradas con calaveras bruñidas. Muy reconocido fue también el atuendo de su abanderada, que arrastraba un largo manto con destellos azules en incontables capas.

Culminado el boato de esta comparsa aparecían los principales cargos de los Estudiantes a lomos de dos monturas blancas como el recargado traje que vestía su capitán, rematado con un sombrero recto que confirmaba su aspecto de noble renacentista. El capitán y la abanderada abrieron el turno para cientos de festeros que cumplieron con todos los ritos Estudiantes: cucharas, tenedores, lápices de colores, becas con San Antón bordado, bicornios y alegres cintas cosidas a la sobriedad de las capas negras danzando en caracoles y filas que se reordenaban al mando de sus cabos. Un Estudiante sorprendió con el peinado más extravagante de las Fiestas, ya que había atado a sus mínimos rizos globitos de colores que recordaban a las bombillas que iluminan las buenas ideas en los tebeos.

"¡Vamos, que no llueve!" gritaba una cabo zíngara vestida de blanco y rojo para animar a su escuadra que abría la marcha de esta comparsa. Fue el contraste de una tarde en la que se pasó de temer por la lluvia a la preocupación por el capitán zíngaro. La principal figura masculina de la comparsa sufrió un desmayo en el momento en que cruzaba frente a la tribuna de autoridades, aunque sus ayudantes estuvieron lo bastante rápidos como para evitar que cayera del caballo y para que fuese atendido con celeridad por la Cruz Roja.

La alcaldesa de la localidad, Adela Pedrosa, así como el resto de autoridades presentes, como Milagrosa Martínez, presidenta de las Cortes Valencianas; los alcaldes de Petrer, Callosa y Salinas; y varios diputados nacionales y autonómicos, contemplaron el paso del bosque de panderetas y lanzas copadas de las plumas rojas y azules que tomaba forma con la marcha de un pelotón zíngaro. El orden de la comparsa quedó completamente roto con el paso del famoso Mogollón Zíngaro, tan caótico en su manera de entender la fiesta que tiene que estar controlado por una banda completa sentada en una carroza remolcada por un tractor.

Pocos instantes después se dejaba oír el popurrí de pasodobles con que las bandas animan el baile Contrabandista, una fiesta cromática en la que sus festeros explotan, haciendo alarde de imaginación y capacidad de síntesis, los trajes que visten la historia de Sierra Morena y las ferias andaluzas llenas de volantes y batas de cola de longitud imposible.

Se alejaban los brillos de las inmensas facas albaceteñas de los Contrabandistas para dejar paso a la última comparsa de este bando, los Cristianos, quienes impusieron con sus marchas solemnes un cariz legendario a la entrada de sus primeras escuadras. Las primeras líneas de Cristianos cayeron a plomo sobre las calles de Elda, ya que sus armaduras rompían con cualquier tonalidad colorista en favor del metal que mandaba en sus trajes. Los espectadores admiraron a una comparsa de templarios escoltada por otra línea de sarcófagos de acero, donde el único elemento vivo que se apreciaba eran las pupilas que se movían bajo sus imponentes máscaras.

El turno del bando Moro se retrasaba. El capitán de las Huestes del Cadí sufrió una aparatosa caída al pisar su caballo la larga capa que vestía. A pesar de haber sido trasladado en camilla fuera del desfile, el presidente de la Junta Central confirmaba horas después que el capitán se encontraba fuera de peligro y que quizá pudiera desfilar hoy en la Entrada Mora que protagoniza el boato de su comparsa.