­Por cuarta temporada consecutiva el Hércules se ha visto obligado a cambiar de entrenador a mitad de campaña para enderezar el rumbo y tratar de alcanzar los objetivos trazados al inicio de curso. No es el mejor de los síntomas, pero echando la vista atrás a veces representa la mejor de las soluciones. Ya le salió bien la apuesta al club alicantino en su segunda temporada en Segunda División, cuando Quique Hernández sustituyó a Juan Carlos Mandiá y acabó alcanzado una permanencia holgada que parecía imposible, y esta campaña ha repetido la jugada del pasado curso de cambiar de técnico a la vuelta del parón navideño pese a que el relevo no fructificara con el ascenso.

El buen trabajo de Manolo Herrero en la segunda parte de la temporada pasada le valió su continuidad en el banquillo del Hércules pese a quedarse a las puertas del deseado regreso a la Segunda División. Aunque su equipo nunca llegó a desplegar de forma regular ese juego vistoso y dominante que se le reclamó a Pacheta, su antecesor al frente del grupo blanquiazul, el paso al frente dado en las eliminatorias por el ascenso ante dos equipos de la talla y la historia del Real Murcia y el Cádiz hizo que la dirección deportiva encabezada por Dani Barroso renovara su confianza en el técnico jienense. En apenas seis meses, el exentrenador del Jaén había puesto de acuerdo a todos los estamentos del club de que era la figura adecuada para devolver al Hércules a los focos del fútbol profesional.

Sin la dificultad de subirse a mitad del trayecto a un proyecto bosquejado para las ideas futbolísticas de Pacheta, con toda una pretemporada por delante y la posibilidad de incorporar jugadores que se adaptaran mejor a sus ideas futbolísticas, Manolo Herrero arrancó el curso con un único objetivo marcado en rojo en su hoja de ruta: ser primero de grupo al final de la liga regular para asaltar el ascenso en una eliminatoria directa contra uno de los tres equipos campeones del resto de grupos.

Herrero empezaba la temporada con el viento de cara, con el favor del vestuario y una afición que veía en él una de las claves para que el Hércules optara al ascenso con opciones de éxito la temporada anterior. Sin embargo, y tras una pírrica victoria ante el Levante B (1-0) en el partido inaugural, todo empezó a torcerse para un técnico afamado por su buen gusto futbolístico.

El conjunto alicantino apenas sumó seis puntos en las seis primeras jornadas tras caer con estrépito ante Villarreal B (0-4) y Reus (1-2) y arañar tres empates sin goles en sus visitas al Alcoyano, Lleida y Barcelona B. Una losa insalvable pese a que llegó a acumular quince jornadas sin perder y que la grada nunca le señalara como el culpable de que el equipo no terminara de arrancar.

Escaso espíritu competitivo

El buen fútbol desplegado por el equipo en distintas fases de la primera vuelta contrastaba con el escaso ritmo competitivo que desprendía una plantilla que a ojos de parte de la cúpula directiva estaba acomodada a las órdenes del técnico andaluz. Así, la dolorosa derrota cosechada ante el Alcoyano en el Rico Pérez (0-2) acabó precipitando su cese justo un año después de su desembarco en el Rico Pérez y provocando la llegada de Vicente Mir al banquillo blanquiazul.

La apuesta por el relevo de técnico no fue el único movimiento que se hizo en los despachos. La dirección deportiva aprovechó el mercado invernal para remodelar el equipo, dando la baja a Indiano y Adri Cuevas, a las que se sumó la retirada del fútbol profesional del discutido Javier Portillo. En su lugar aterrizaron Álvaro, Javi Flores, Vivancos y Mainz, a la postre decisivos en la mejoría de resultados, que no de juego, experimentada por el Hércules en la segunda parte del campeonato.

Pese a que Mir se estrenó con derrota en su visita al Villarreal B (3-1) y el equipo se adentró en una situación límite, a 12 puntos de su verdugo y líder, a 11 del segundo, a 4 del tercero y a dos del cuarto, el extécnico del Ilicitano consiguió revertir la decepcionante dinámica que trazaba el conjunto alicantino en las dos siguientes jornadas, dos finales envenenadas en las que el Hércules se jugaba su ser o no ser en la lucha por una de las cuatro primeras plazas. Ganó al Lleida (2-1), que era tercero, y posteriormente goleó al Reus (0-3), segundo en aquel momento; y aunque el Barça B volvió a sembrar de dudas el camino al profanar el Rico Pérez (0-2), Mir había sentado las bases de un Hércules competitivo en apenas un mes al frente del equipo. Y es que desde entonces el Hércules no había vuelto a perder hasta su visita al Carranza.

Construido de atrás hacia adelante, Mir condujo al equipo hasta la última jornada con opciones de acabar primero. Y ya en las eliminatorias por el ascenso, ese gen que emana de la intensidad de la que ha impregnado al equipo le permitió al Hércules despachar al Tudelano sin excesivos sobresaltos y sobrevivir a un gran Toledo. El mismo gen que hoy debe florecer en su máximo esplendor para remontar la eliminatoria ante el Cádiz y abrazar la Segunda División.