Adictos al desastre. Da igual cuántos se hayan vivido antes. Al que está por venir, le persigue el siguiente. No para. Es un bucle. Y lo peor es que la experiencia no vale de mucho. Nadie aprende, nadie lo detiene, es como si se hubiese asumido un estado de calamidad crónico. Dos décadas de resbalones han perpetuado un eslogan irrefutable: al Hércules no le van bien las cosas ni cuando las cosas van bien. Diferenciar entre reformar y reconstruir resulta esencial para enterrar de una maldita vez esta pulsión autodestructiva, lo primero exige modificaciones esenciales conservando la estructura principal y lo segundo te obliga a reducirlo todo a cenizas antes de poder volver a edificar.

La tormenta perfecta llega siempre en el peor momento. La dinámica negativa no es responsabilidad exclusiva de Alejandro Esteve, la comparte con su antecesor, que comprobó como su presunta excelencia defensiva comenzó a resquebrajarse en cuanto salió del once Moisés por lesión. Cayó el central, y el Hércules sobrio e inaccesible de David Cubillo se volvió vulnerable hasta ese grado preocupante que motivó su destitución. Su propuesta pasó de ser fuerte en su área a no serlo en ninguna y Carmelo del Pozo tomó una determinación tan valiente como arriesgada, una sin vuelta atrás, ligó su futuro al de un debutante... con todo lo que conlleva.

Es lógico creer que cuando alguien con tantas experiencias buenas, malas, excelentes y pésimas se expone de esa manera es porque confía ciegamente en el paso que da, que lo ha meditado mucho y ha encontrado no solo la solución, sino el modo concreto de aplicarla. Lo contrario resultaría una barbaridad, una llama encendida junto a los tanques de una refinería en mitad de una lluvia de meteoritos.

Cuando el director deportivo llegó a la conclusión evidente de que era imprescindible modificar la propuesta futbolística para no encallar tenía a todos los especialistas defensivos disponibles, menos Moisés. Pero en este club, el infortunio tiene un parque de atracciones que permanece abierto las 24 horas. Así que después de un comienzo ilusionante, de 45 minutos brillantes, se puso en marcha el efecto dominó.

Una mala decisión técnica a la hora de realizar un cambio, un jugador que llega tarde al cruce, tres más que no aciertan a marcar dentro del área al único rematador, al más bajito... y lo que se presuponía un alivio, un lo sabía, un ya te lo dije, se empieza a desintegrar dejando en el ambiente un halo de azufre. Podía quedarse ahí, pero no. A los siete días te toca jugar en la superficie de juego que menos le conviene a tu nueva apuesta. Entremedias pierdes a tu organizador, al catalizador de tu estructura ofensiva, Moyita, y al otro pilar básico de tu defensa, Tano Bonnín.

Los incendios, como las obras, se sabe cuando empiezan, pero nunca cuando acaban. Primero castigas a Borja (si has vivido a diario con él, debes saber que eso no resuelve el problema), y luego a Nani para dar entrada a un lateral que lleva sin competir desde antes del estallido de la pandemia. Al final te toca echar mano del primero para que ocupe el lugar del segundo, o sea, acabas desdibujando al equipo, una temeridad, la segunda en menos de una semana. Considerar que Álex Martínez está listo para entrar en el once recién aterrizado después de haber comprobado –como segundo técnico– lo que les está costando a Erice, Benja o Pedro Sánchez, tiene más de ocurrencia que de maniobra conveniente, no se sostiene.

Cuesta creer, con la magnitud de lo que se juegan todas las partes, que este tipo de decisiones capitales se tomen unilateralmente. No se trata de elegir entre atacar o defender, ambas tareas son irrenunciables. El Hércules de Cubillo, en cinco meses, fue capaz de contener y conservar sacrificando para ello la ambición, anteponiendo no perder a ganar; y el de Esteve, en 180 minutos, ha demostrado que sabe cómo dominar, cómo llegar hasta el gol, pero sin un sustento sólido y eficaz que respalde el valor añadido que reporta Falcón.

¿Es un problema estructural o nominal el que lastra el proyecto? Esta es la pregunta que debe responderse el director deportivo en menos de 24 horas. Si considera que la entrada inminente en el equipo de Moisés y Tano sella la grieta defensiva, debe seguir con su apuesta. Si ha visto que no es un problema de nombres sino de toma de decisiones, de búsqueda de soluciones y de gestión de vestuario, tendrá que anunciar un tercer nombre para sentarlo en el banquillo cuanto antes.

Esteve no es responsable de que Quintero vaya blando a un cruce ni de que entre Álex, Borja, Erice, Quintero y Appin sean incapaces de abortar un ataque conducido por un solo futbolista ni de despejar, hasta en dos oportunidades, una pelota que se pasea por el área sin dueño. Sí lo es de las medidas que adopta antes, durante y después de los partidos, y algunas han sido cuestionables. Si te dan a elegir entre morir con tus ideas y cualquier otra cosa, te están haciendo trampas porque una de las opciones termina con tus huesos en la tumba. Obrar en consecuencia es la única salida, implique o no rectificar sobre la marcha. Equivocarse en la elección del sustituto de un entrenador no implica que el despido fuera improcedente. El error no es hacer cambios para optimizar los recursos, quizá el fallo ha sido quererlos hacer todos a la vez, todos en un solo día.