Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

UN GOL AL ARCO IRIS

La carabina de Ambrosio

Teo Quintero, ante el Levante B. | ALEX DOMÍNGUEZ

San José, día del padre. Comía en casa con mi mujer y mi hija Raquel. En la televisión, sin volumen, estaban echando el programa de cocina Las rutas de Ambrosio. Al verlo intenté recordar, sin ayuda que llegara a buen puerto de mis comensales, algo que me daba vueltas en la cabeza en torno al patronímico Ambrosio. Algo había que no se te va hasta que das con ello. Y dI. Al despertar de la siesta, como un relámpago me vino, «la carabina de Ambrosio». La que nunca tenía pólvora en los cañones. La que fallaba, fallaba, una, otra vez. La asociación tardó unos segundos, la carabina de Ambrosio y el Hércules. Silogismo al canto: si la carabina de Ambrosio falla con pertinaz constancia, y el Hércules falla con escandalosa continuidad, al Hércules se le puede imputar aquello que popularmente ha quedado de que «fallas más que la carabina de Ambrosio».

Primero fue el gafe, que debe continuar por Zarandieta, luego vino Murphy a confirmar que todo lo que va mal, rematadamente mal, puede empeorar, y terminamos con el símil de la carabina de Ambrosio. Y esto todavía no ha terminado. Tres derrotas que denotan la descomposición de un equipo, de un club, de sus jugadores, técnicos y de la propiedad. Peor imposible, pues no. Estamos en el camino de superar las cotas establecidas por Ortiz en su cansino y nefasto mandato. La cuarta división del balompié nacional acecha al Hércules. Nunca, en toda su historia centenaria se había visto en situación igual. Ni cuando a finales de los sesenta compitió en la humilde Tercera un par de años hasta el ascenso en Pamplona. Siempre liderando su grupo. Con jugadores que tenían orgullo de pertenencia, que lo daban todo. Que no se amilanaban.

Seis puntos, seis, en una segunda vuelta penosa, arrastrándose por los campos de la maldita segunda B, la tercera de hoy día. Una victoria, la única alegría que llevarse al cuerpo y tres empates. Vergonzoso. Tres derrotas en las tres finales. Una en casa dos a domicilio. Contra equipos, al menos dos de ellos asequibles, que han conseguido sus objetivos. Levante B y La Nucía a jugar lo que se ha dado en llamar «segunda ronda» con el Hércules, y el Villarreal a luchar por una plaza para el ascenso sin el Hércules. Segunda ronda que no da oportunidades, y en la que habrá que sumar ganando a equipos como Lleida, Cornellà, y Badalona o Andorra, casi nada. Y con los blanquiazules, con tan solo dos puntos más que el Atzeneta de Albelda. Sin comentarios. Este año no hay pandemia que arregle el desaguisado, no hay más que fútbol, y de eso este Hércules tiene bien poco. Y orgullo menos. Casi todos nos han sacado los colores en un fracaso estrepitoso.

Otro sí: Está claro que este Hércules es una ruina. Como equipo, en fútbol, como institución con 20 años de caída libre. La entidad no aguanta más, con el centenario a la vista el Hércules no puede estar en las mismas manos. La propiedad ha de cambiar o la desaparición del club puede ser un hecho cumpliendo cien años de historia. Vender, traspasar, fusionar, ser absorbido. Con el mismo nombre, con los mismos colores, con el mismo escudo. Una nueva ilusión, un nuevo equipo, en los despachos y en los terrenos. Leyendo Información supe de Enrique Riquelme, un joven empresario de Cox que triunfa por el mundo, y que según parece quiere disputarle la presidencia a Florentino, con Boluda de por medio. Le pido que se lo piense, que tiempo habrá, que es muy joven, que mire antes de dar ese salto en su tierra. Aquí lo necesitamos. Con perentoriedad. Vengase «pacá», señor Riquelme.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats