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Bardín cierra por la puerta grande

27 de junio de 1954. Alineación herculana en el último partido oficial de la historia en Bardín COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Primer tercio del Siglo XX. La Vila Joiosa se despierta con el siempre tímido inicio del amanecer. El crepúsculo matutino marca el momento en el que los pescadores hacen las últimas comprobaciones (redes, cañas, anzuelos...), sueltan las amarras de sus barcos y salen a su encuentro con el mar. A la vuelta, todos podrán distinguir su casa desde lejos -para ello cada una está pintada de un color diferente- y, quién sabe, puede que haya quienes reciban la buena noticia de la llegada de un nuevo miembro a la familia (identificada con una sábana blanca colgada del balcón) o la desgracia del fallecimiento de un ser querido (sábana negra en ese caso).

Decía Santiago -o sea Hemingway- en la magnífica novela El viejo y el mar que “tal vez no debería ser pescador, pero para eso he nacido”. Directa o indirectamente, La Vila vivía de, por y para la pesca. Los Lloret, muy vinculados al mar, tenían dos embarcaciones -una de ellas llamada “Calsita”- y una fábrica de hilado de redes pesqueras a la que todos los miembros de la familia se dedicaban en cuerpo y alma. Todos menos uno. Contradiciendo a su padre y de paso a Hemingway, el joven José Lloret tal vez no debería haber sido futbolista, pero para eso había nacido. Apenas unos años después, Calsita iba a pasar de ser solo un barco a “convertirse” en uno de los mejores goleadores del fútbol español de todos los tiempos. Pero empecemos por el principio...

DE LA GLORIA EFÍMERA AL ATRAQUE DE CALSITA (1946-1948)

Domingo 24 de marzo de 1946, estadio de Balaídos (Vigo). Con todavía dos jornadas por jugarse, el Hércules, después de caer 4-2 ante el Celta, certifica matemáticamente su descenso a Segunda División. Ni mantener en la plantilla al mítico Maciá o a la estrella en ciernes Periche, ni hacer 16 fichajes había servido para mantenerse en Primera. Precisamente esto último se acabó por volver en contra de los blanquiazules, pues no solo no se adaptaron la mayoría de ellos sino que rompieron el espíritu del equipo forjado en el año del ascenso. Algunas veces casi todo acaba siendo casi nada…

Los alicantinos Galbis y Ernesto flanquean al vilero Calsita. COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

Para la temporada siguiente, en la que el único e ineludible objetivo era la vuelta inmediata a Primera, la entidad alicantina apostó por la continuidad de la mayor parte de la plantilla -entre ellos Macala y Periche- e hizo ocho incorporaciones, de las cuales fueron especialmente destacables las del meta sanvicentero Cosme y el centrocampista Ernesto (procedente del Alicante). Había buen equipo y mejores expectativas. Es por ello que, pese a que había que lamentar la retirada de facto de Maciá, se esperaba que el conjunto que seguía entrenando Luis Urquiri abandonase la división de plata en el primer intento. Y, aunque el comienzo fue muy positivo (líder destacado en la jornada siete con seis victorias), la cuesta de enero mermó las posibilidades de ascenso y, sobre todo, la confianza del cuadro alicantino, que únicamente ganó dos de los siete partidos que disputó en el inicio de la segunda vuelta. Aún así, los hombres de Urquiri se sobrepusieron y llegaron a la última jornada dependiendo de sí mismos para, al menos, jugar la promoción de ascenso. El rival, un Zaragoza ya descendido. Todo parecía muy favorable para las huestes alicantinas. Pero nada más lejos de la realidad: en un partido en el que todo salió mal, los herculanos nunca tuvieron opciones ante los maños (3-0) y el sueño del ascenso reventaba ante sus ojos. Agua en el primer intento.

El comienzo del curso futbolístico 47-48 venía marcado por las llegadas del técnico Gaspar Rubio, del veteranísimo exinternacional Bertolí y del semidesconocido delantero José Lloret, que atendía al sobrenombre de Calsita y que se había cansado de meter goles en el Orihuela. Pero también por las bajas de Periche y Macala (fichados por Barcelona y Real Madrid, respectivamente), con lo que en Alicante se era consciente de que el Hércules había rebajado su estatus de favorito. Aún así se confiaba en hacer una buena temporada, esperando que Pina volviera por sus fueros y que Ernesto y algunos otros jóvenes ganasen protagonismo hasta convertirse en fijos en el once. Y no fue para nada un mal año: el Hércules se mantuvo entre los aspirantes al ascenso hasta la recta final y solo un pésimo último mes de competición le impidió volver a Primera. Calsita, por su parte, sorprendió a propios y extraños con 20 goles en 26 partidos. El segundo intento volvía a acabar en agua pero el vilero ya empezaba a fabricar su leyenda...

Dos auténticos cracks de los cincuenta, el noveldense Pina y Ernesto, posan para los fotógrafos antes del inicio de un partido COLECCIÓN DE VICENTE MESTRE

COMANDANTE ERNESTO (1948-1953)

Las siguientes campañas, salvo la gris 49-50 en la que el Hércules acabó décimo, tuvieron un denominador común: estar en la pelea por el ascenso hasta las últimas jornadas. En la 48-49 los de Gaspar Rubio y Calsita (25 goles) finalizaron en la cuarta posición tras perder un duelo directo en La Rosaleda ante el Málaga en la penúltima jornada. Ya sin el killer vilero (traspasado al Atlético de Madrid en 1949), las temporadas 50-51 y 51-52 fueron un calco, al acabar cuartos en ambos casos, tras perder el encuentro decisivo en la última fecha (3-0 en Marruecos ante el Atlético Tetuán en 1951 y 1-0 en Cartagena al año siguiente).

Sin embargo, lo de la 52-53 fue especialmente doloroso. Quizás porque toda la ciudad estaba volcada con el equipo, porque había una gran plantilla o incluso porque después de cinco intentos ya tocaba, pero lo cierto es que se pensaba que aquel sí iba a ser el año del ansiado ascenso a Primera División. Había motivos para ello y el principal tenía nombre y apellidos: Ernesto Llobregat Mas. En este quinquenio de “casi ascenso” llevaron la blanquiazul jugadores como Losco, Lolo, Mena, Giraldós, Calsita, Cosme, Galbis, Carreño, Pina o Santos. Todos magníficos futbolistas pero por encima de ellos emergía la figura de Ernesto. El centrocampista alicantino era un jugador inteligente, excelente en el juego posicional y un líder por encima de todo. Pero el del barrio de La Florida no estaba solo: el joven zaguero Santos, Caeiro, Almagro o los fogonazos de la mejor versión de Pina ponía a los de Bardín como claros aspirantes. Además, por si fuera poco, en la recta decisiva del campeonato se iba a producir un regreso. Y no precisamente uno cualquiera...

Escribió Joaquín Sabina que “al lugar en el que fuiste feliz no debieras tratar de volver”. Y no le falta razón al flaco de Úbeda. Pero los buenos marineros, como los soldados de aquellas guerras infames de la edad media, siempre prometen volver. Incluso algunos lo hacen. Sobre todo si les quedaron cuentas pendientes. Y Calsita, pese a sus 46 goles en 53 partidos, las tenía. Así pues, el hijo pródigo se enfundaba de nuevo la camiseta de las tres franjas verticales el 12 de abril de 1953 en un Mallorca-Hércules. Apenas seis días después ya anotaba sus primeros goles en su segunda etapa como herculano. Parecía que el viento soplaba a favor en la capital de la Costa Blanca. Pero, contra todo pronóstico y después de una liga regular muy ilusionante en la que acabaron segundos, el once alicantino fallaba estrepitosamente en la promoción, dejando a la afición desconsolada, compuesta y sin ascenso. Pero al equipo comandado por Ernesto aún le quedaba una bala...

EL ADIÓS SOÑADO A BARDÍN (1954)

Domingo 27 de junio de 1954, Alicante. Hércules y Osasuna -ambos con 11 puntos- se medían en la última jornada de la promoción de ascenso. Si ganaban los alicantinos subirían a Primera. Cualquier otro resultado significaría la permanencia de los rojillos en la máxima categoría. El estadio de Bardín se vistió de gala para el que iba a ser su último partido. Diez mil personas se agolpaban en sus coquetas gradas. Nadie quería perderse el gran acontecimiento. Por el Hércules formaron Campillo, Santos, Navarro, Llebaría, Roth, Durán, Ernesto, Alvarín, Armengol, Marsal y el capitán Pina. Los primeros compases mostraron a un Hércules muy decidido, bien organizado y con mucha determinación. Amadeo Sánchez sabía de la potencia del rival y era consciente de que el partido solo se ganaría si sus chicos llegaban una décima antes a cada balón suelto y si ponían el alma en cada lance, en cada duelo. Pico y pala, pico y pala. Y así, poco a poco, los blanquiazules iban arrinconando a su rival. Las ocasiones se sucedían, una tras otra, con la misma facilidad que eran desbaratadas por el meta Castellanos y su ordenada línea de zagueros. Así pues, con el 0-0 inicial el colegiado catalán Azón Roma señaló el camino a vestuarios. Todo estaba por hacer.

En la segunda mitad, el monólogo local se hizo todavía más intenso. Aún con la ausencia -tercera consecutiva- de un Calsita ya veterano y cada vez menos importante, la delantera herculana formada por Alvarín, Armengol, Marsal, Pina y Roth se mostraba cada vez más incisiva. El gol parecía que era cuestión de tiempo. Y lo fue: corría el minuto 68 de partido y un balón golpeado por José María Pérez Pina besaba las mallas de la portería pamplonica. El 1-0 hacía estallar a la grada. El Hércules estaba a solo 22 minutos de regresar a la máxima categoría ocho años después. Ya sin valerle el resultado, Osasuna tuvo que estirarse. Sin gol no iba a haber paraíso. Y precisamente, cuando más acechaban el área de Campillo, llegó el segundo y definitivo tanto de los herculanos, obra del joven Julio Roth, que se convertía así en el héroe inesperado y sentenciaba el partido con solo quince minutos por jugar. Desde entonces y hasta la finalización del choque, el conjunto local apenas se vio inquietado por un Osasuna que asumía su suerte. Con el pitido final, la euforia en los graderíos: El Hércules de Alicante volvía a Primera. Lo que siguió se lo pueden imaginar: abrazos, sonrisas de felicidad, alegría desbordante, cientos de banderas y bufandas herculanas ondeando en la grada... Incluso hubo una pequeña invasión de público al terreno de juego, donde llegaron a mantear a varios jugadores -Pina salió a hombros- y al entrenador Amadeo Sánchez. Y todo ello con el público gritando “¡Hércules, Hércules!” con más fuerza que nunca. El final de Bardín soñado por todos. Incluido por un muy venido a menos Calsita que, ironías del destino, en su peor temporada a nivel individual acababa de conseguir la gloria colectiva que siempre buscó con el Hércules. Aquel día las sábanas que el veterano marinero divisaba desde el césped no eran blancas ni negras. Entre la marea de Bardín, que siempre fue su casa, Calsita solo las veía blancas y azules. Por fin.

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