Nuevo panorama político

Argentina: la ruta de las elecciones generales solo permite girar a la derecha

El peronismo se ha inclinado por Sergio Massa y Juntos por el Cambio apuesta por el alcalde de Buenos Aires y la exministra de Seguridad de Macri

El ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa.

El ministro de Economía de Argentina, Sergio Massa. / Europa Press/Contacto/Manuel Cortina - Archivo

Abel Gilbert

A tono con lo que sucede en otras latitudes, el camino que conduce a las elecciones generales en Argentina, previstas para octubre, parece admitir un giro único: del centroderecha a la derecha, con su variante más ultra y apocalíptica. Solo un minoritario frente de izquierdas trotskista, verdadera anomalía regional, irrumpe como excepción a la regla que fijan esas opciones. El mapa ha quedado configurado por completo en los últimos días a fuerza de hechos desalentadores. La crisis, el aumento de la pobreza, el conflicto social y la inflación, que ha llegado al 114% interanual, así como los latentes peligros de un salto devastador del precio del dólar, han definido los límites políticos de la contienda de octubre.

El peronismo, que gobierna desde diciembre de 2019, se ha inclinado finalmente por el ministro de Economía, Sergio Massa, como candidato. 'El arribista del poder', se llama el libro de Sergio Genoud que reconstruye su biografía. Massa tuvo su educación sentimental en la llamada Unión de Centro Democrático (UCD) que no era otra cosa que una fuerza de derecha, a finales de los años 80. Se recostó luego en el peronismo cuando, entrada la década de los 90, abrazó la causa neoliberal de la mano del presidente Carlos Menem. La llegada del matrimonio Kirchner lo encontró, a principios de 2003, en calidad de actor de reparto. Fue ascendiendo y llegó a ser jefe de ministros de Cristina Fernández de Kirchner. Renunció a ese puesto en desacuerdo con la estatización de los fondos de pensiones. Los caminos se bifurcaron en 2013.

Massa intentó ser presidente dos años más tarde. No tuvo éxito. Se convirtió en un interlocutor del magnate Mauricio Macri al asumir la jefatura de Estado. Su fuerza, el Frente Renovador, le facilitó los votos en el Congreso para que Argentina reiniciase un nuevo ciclo de endeudamiento externo. Rompió luego con él. "Ventajita", lo llamó el entonces presidente. Un apodo que parecía definir sus movimientos en zigzag, piruetas que lo llevaron de nuevo a las costas de Cristina Kirchner, de cuya probidad había dudado en público en los años de enconos mutuos. Fue ella la que terminó por ungirlo candidato, contra las aprensiones del actual presidente Alberto Fernández, quien protagoniza con la vicepresidenta una pelea a cielo abierto.

Un trago difícil

El nombramiento de Massa, quien participará de las primarias del peronismo con un candidato menor, el dirigente social Juan Grabois, supone un hueso duro de roer para los kirchneristas. El sentido de pragmatismo de su jefa tiene para ellos un sabor indigesto. Fernández de Kirchner ha intentado maquillar algunas de sus posiciones ideológicas y lo incluyó en un acto oficial relacionado con la recuperación de uno de los aviones que se utilizaban durante la última dictadura militar (1976-83) para los llamados "vuelos de la muerte", en los que se arrojaban al río de la Plata o al océano Atlántico a desaparecidos. Y Massa, bajo esas circunstancias inéditas, habló sobre la necesidad de tener memoria de aquellos hechos traumáticos. Nunca antes lo había hecho ni lo había necesitado.

La suerte del abanderado peronista dependerá en buena medida de sus resultados económicos de los próximos meses. Sus posibilidades electorales en las primarias de agosto requieren de un escenario menos explosivo que el presente. El acuerdo que todavía no se ha suscrito con el Fondo Monetario Internacional (FMI) es clave en ese sentido. El organismo debería girar unos 10.000 millones de dólares.

El panorama de la derecha

Fernández de Kirchner cree que el corrimiento ideológico de la sociedad convierte a Massa, un interlocutor confiable de los círculos empresarios y con llegada a la Casa Blanca, en un candidato mucho más competitivo que Wado de Pedro, el actual ministro del Interior, hijo de desaparecidos, quien declinó de sus aspiraciones en el último momento. Los sondeos, hasta ahora, no lo favorecen demasiado. Su horizonte de victoria en un segundo turno, en noviembre, se ensanchará o adelgazará según se resuelva la disputa interna en la derecha tradicional.

La coalición Juntos por el Cambio tiene dos aspirantes, el alcalde de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y la exministra de Seguridad de Macri, Patricia Bullrich. No deja de ser una curiosidad de que ambos tienen un pasado peronista. Larreta fue funcionario de segunda línea de Menem. El camino de Bullrich ha sido más sinuoso. En los 70 perteneció a la guerrilla Montoneros. Veinte años después, moderó sustancialmente sus ánimos. Como ministra de Trabajo, impulsó recortes salariales. Se ha convertido en adalid de la mano dura. El peronismo desea que Bullrich gane la primaria de ese espacio para presentarla ante la sociedad como una versión argentina de Marine Le Pen. Estiman que su figura polarizaría el voto y Massa tendría más posibilidades de ganar.

Larreta, en cambio, reduce las opciones del candidato del Gobierno. Tiene más afinidades con Massa que con Bullrich. "Voy a acabar con el kirchnerismo", prometió, no obstante. Tiempo atrás, tenía un discurso más moderado. La irrupción del economista Javier Milei le obligó a endurecerse para no perder adhesiones. La ultraderecha, señalan algunas encuestas, no llegaría a la segunda vuelta. De constatarse ese augurio, los analistas coinciden en que Milei ya ha cumplido su propósito: pulverizar el espacio de centroizquierda y obligar a sus competidores a hacer propios algunos de sus postulados.

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