Guerra de Ucrania

Destruyendo blindados rusos con drones 'caseros' o cómo un "ladrillo" de 400 dólares ha cambiado la guerra

Vladímir Putin lanzó la invasión sobre Ucrania hace un año

Un joven controlando un dron kamikaze en Ucrania.

Un joven controlando un dron kamikaze en Ucrania. / FERMÍN TORRANO

Fermín Torrano

"Hola piloto, ¿preparado para volar? Como el rocío ante el sol, los enemigos se desvanecerán. Seguiremos gobernando y prosperando en nuestra tierra prometida". Una dulce voz femenina da la bienvenida a tres soldados ucranianos en el interior de una trinchera rusa abandonada en los flancos de Bajmut. Es el mensaje predeterminado que se escucha al iniciar el pequeño dron kamikaze de fabricación casera, un arma que lleva 18 meses mostrando su potencial en los frentes de batalla de Ucrania.

El aparato, de apenas unos gramos de peso, porta kilo y medio de explosivos. "Un ladrillo con cuatro motores", dice Alexandr, soldado del batallón Adam Group. Y, aunque su coste ronda los 400 dólares (unos 370 euros) es capaz de inutilizar blindados rusos de varios millones. Para lograrlo, el equipo de tres personas que se adentra en la primera línea tan solo tiene nueve minutos. Siete para desplazarse y dos para pilotar. Un tiempo en el que deben despegar, localizar un objetivo, volar hacia él y estampar la aeronave contra las partes más débiles del vehículo enemigo. "Es el sueño de cualquier niño... y todos los hombres somos un poco niños", resume Alex, que en septiembre cumplirá 33 años.

Pilotaje con gafas

Casi como en un videojuego, los pilotos se colocan gafas para manejar el dron a vista de pájaro, mientras el resto observa desde una pantalla. Más allá de la defensa electrónica, hay un obstáculo principal: la conexión de la cámara se pierde en los últimos metros y el impacto se realiza a ciegas.

"Cuando fallas duele, los vídeos son alegría para la gente. Podrían gastar el dinero en sus hijos, en comida o en el alquiler, pero han decidido contribuir con su salario para luchar por su libertad", admira Alexandr. También por eso, otro dron graba en la distancia para supervisar la maniobra. Y si no, siempre queda la fe.

—¿En qué creen todos los soldados? —pregunta de nuevo el piloto, con tono de profesor.

—¿En Dios?

—En la suerte —contesta, soltando una carcajada.

La misma suerte —y humor— que tuvo su compañero de fatigas Andro. Juntos destruyeron cinco blindados en unas horas, pero a punto estuvieron de no continuar sumando bajas enemigas. En una de sus últimas misiones, un dron ruso les localizó. Ahora, tumbado en la camilla de un hospital de campaña, levanta el pulgar mientras le limpian los ojos y le curan los cortes de la metralla. Era su segundo día y quizás no vuelva a ver.

El control remoto de un dron en Ucrania.

El control remoto de un dron en Ucrania. / FERMÍN TORRANO

Año y medio de ofensiva

Porque, aunque Vladímir Putin lanzó la invasión sobre Ucrania hace año y medio, el flujo de personas que ingresa en las filas de las Fuerzas Armadas no se detiene. Ni siquiera tras la decisión del presidente Volodímir Zelenski de despedir a todos los responsables regionales del reclutamiento, bajo sospecha de corrupción. En estos meses, el Ejército ha multiplicado sus miembros por cuatro y el conflicto se ha extendido a muchas más familias, pero también echa una manta de silencio sobre los debates internos. Heridas de una sociedad divida entre los que sufren la guerra cada día y los que no. Entre los que pueden salir del país y los que no. Y entre los que ponen los muertos y los que no.

Alexandr ya sujetaba escudos en primera línea durante la revolución del Maidán, cuando los antidisturbios golpeaban sin compasión y disparaban desde las azoteas a matar. En una vida anterior, este militar que divide su tiempo entre los tres días a la semana que pasa en el frente y los otros tres que regresa a la retaguardia para probar nuevos drones era sociólogo. Un trabajo que dejó tras la madrugada del 24 de febrero de 2022.

"Nos cuesta un minuto unirnos para luchar si tenemos un enemigo en frente, pero cuando todo acaba... cuando el enemigo no está... no sé por qué, pero peleamos entre nosotros. Somos cosacos, lo llevamos en la sangre", dice con un suspiro. Él tampoco sabe qué hará el día que le toque volver a la vida diaria, al trabajo en una mesa, sin uniforme y alejado de una guerra cruel, pero que atrapa las mentes de muchos jóvenes alistados por el impulso de defender su país.

"Aquí todo cambia. Nuevas tareas, nuevas ciudades, nuevas personas, nuevas aventuras... ¡cosas que explotan!", explica Alexandr con el rostro lleno de emoción. "Pero cuando vuelves... no ocurre nada. El aburrimiento es el gran enemigo. Cuatro años después de las guerras siempre hay una ola de suicidios. En el Ejército hay muchos hombres acostumbrados a resolver cosas. A hacer y cumplir. Lo que aquí tarda un día, allí cuesta un mes. Todo es lento y burocrático".

Problemas de posguerra aparcados por una batalla fundacional aún más relevante que la independencia obtenida un 24 de agosto de hace 32 años. El desenlace es todavía un misterio, como cuando estos pilotos lanzan sus drones contra los vehículos de la 'Z'. "Va a ser difícil", reconoce el piloto. "Me da miedo volver a la oficina después de todo esto". El aburrimiento, esa cosa tan alejada de las trincheras que Alexandr vigila desde el cielo a los mandos de drones kamikaze.