Elecciones presidenciales

La orgullosa Taiwán se prepara para decidir en las urnas su relación con China

Los discursos oficiales aluden con frecuencia a la "Taiwán democrática" para que el sintagma defina al país

No hay democracia más perfeccionada en Asia ni país más orgulloso de sus debates parlamentarios, manifestaciones callejeras, participaciones masivas en elecciones, vibrante sociedad civil, derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBI...

Campaña electoral en Taiwán.

Campaña electoral en Taiwán. / EFE

Adrián Foncillas

Será este año el más democrático de la historia. Más de 70 países, la mitad de la población mundial, han convocado elecciones. Pocas serán más cruciales y mediáticas que las que este sábado celebra Taiwán, una pequeña isla de 24 millones de habitantes en el Extremo Oriente a la que la ONU no reconoce. Desdeñada como un asunto doméstico chino durante décadas, los focos globales la apuntan ahora, capital en el tablero geopolítico y con un quasi monopolio de los chips de última generación.

Ningún país acude con más fervor a las urnas. Taiwán las alcanzó tras una dolorosa historia de colonialismo dictaduras y las ha abrazado con la fuerza del converso. A su democracia le falta rancio abolengo pero le sobra brío juvenil. Los discursos oficiales aluden con frecuencia a la "Taiwán democrática" para que el sintagma defina al país. No hay democracia más perfeccionada en Asia ni país más orgulloso de sus debates parlamentarios, manifestaciones callejeras, participaciones masivas en elecciones, vibrante sociedad civil, derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBI... Reivindica Taiwán la democracia como imagen de marca por contraste a la China que la ensombrece.

"He venido a todas elecciones, por supuesto que estoy excitada", confiesa Joyce Lin. Ella y su hermana, septuagenarias, han vivido en Los Ángeles el último medio siglo y regresan a la isla un par de semanas en cada convocatoria. "Apoyo a mi país, que es Taiwán, y no China", señala en la sede electoral del Partido Democrático Progresista (PDP).

Dilema shakesperiano

Los taiwaneses lidiarán en las urnas con su dilema shakesperiano: acercarse al flotador económico chino o mantener la prudente distancia para preservar su identidad. En otras palabras: votar al Kuomintang (KMT) o al PDP. La victoria del último supondría un inédito tercer mandato consecutivo que castigaría la paciencia de Pekín. Los ocho años en la presidencia de Tsai Ing-wen, descrita como una peligrosa independentista por Pekín a pesar de su mesura, se le han hecho muy largos a China. Han sido de alta tensión en el estrecho de Formosa, con frecuentes paseos de barcos y aviones chinos sobre la mediana o frontera oficiosa. Las encuestas le dan una ligera ventaja al PDP pero la reciente historia taiwanesa no está exenta de vuelcos de última hora.

El proceso es seguido con atención entomológica desde Pekín y Washington. Integra ya la liturgia que el PDP y la mitad de la población taiwanesa acusen a China de interferir con desinformaciones y amenazas. También que el KMT, la otra mitad de la población y Pekín acusen al Gobierno taiwanés de paranoico. Lo sucedido este martes da razones a los segundos. Los taiwaneses recibieron una inédita alerta en su móvil por un misil lanzado por China que fue enfatizado por el ministro de Exteriores, Joseph Wu, como el corolario de las intimidaciones. Fue un satélite que forma parte del programa conjunto con la Agencia Espacial Europea y este miércoles Taipei admitía, después de las investigaciones de su Departamento de Seguridad y "amigos internacionales", que carecía de "finalidades políticas".

La realidad está en el punto medio aristotélico: las presiones chinas no son inexistentes, como asegura Pekín, ni "las mayores de la historia", como promete Taipei. Son infinitamente menores que en elecciones anteriores porque China ha comprendido al fin que su hostilidad favorece los intereses del partido independentista y de Washington. El presidente chino, Xi Jinping, aclaró en Año Nuevo que la reunificación es inevitable. Más allá de ese clásico inevitable, no ha llegado desde Pekín más ruido, al que Taipei respondió aclarando que sólo los taiwaneses decidirán su futuro.

Relación China-EEUU

También decidirá la isla sus vínculos con Estados Unidos, visto por unos como un garante de la seguridad y como un elemento perturbador por los otros. No han cesado de aumentar en los últimos años las interacciones entre Washington y la isla que soliviantan a Pekín. China denuncia que Estados Unidos traspasa todas sus líneas rojas con las ventas de armas periódicas, las visitas de dirigentes y la dinamitación de viejos principios. No habrá armonía con intromisiones en su asunto más sagrado, ha repetido China. Las elecciones llegan durante un raro sosiego tras la cumbre entre los presidentes de ambas potencias, que incluso ha permitido la reanudación del diálogo militar, pero en China se da por descontado que las tensiones forman parte de la nueva normalidad y Estados Unidos sabe que Pekín tiene en Taiwán su hígado.

A la relevancia geopolítica de Taiwán, el punto más erógeno de Asia Oriental, se suma la económica. La isla produce el 90% de los chips y semiconductores más avanzados del mundo. Esa presunta invasión china que se viene anunciando como inminente e inevitable durante cuatro décadas privaría a Estados Unidos de un material ineludible en la carrera tecnológica que dirimirá la primacía global. Los vínculos entre Washington y Taipei han forzado a China a desarrollar a la carrera una industria en la que aún va rezagada.

Las implicaciones geopolíticas interesan al mundo mientras a muchos taiwaneses les desvelan los asuntos cotidianos. La isla, si dejamos de lado el oasis de chips, ha perdido el brío que le convirtió décadas atrás en uno de los cuatro tigres asiáticos. Junta sueldos congelados con escaladas de precios inmobiliarios, la bajísima natalidad pone en riesgo el sistema de pensiones y muchos jóvenes se tragan su nacionalismo para buscar un mejor futuro en China.

Un paseo por Taipei descubre edificios avejentados que piden a gritos una mano de pintura o la piqueta y ovillos de cables sobre barrios de casas bajas y destartaladas. La capital taiwanesa palidece ante cualquier ciudad de provincias china, más modernas, tecnológicas y vigorosas. Wu, parlanchín y de sonrisa fácil, conduce un viejo y algo hediondo taxi que recuerda a los que se sufrían en Pekín 15 años atrás. Progreso y democracia es un dilema que China y Taiwán han resuelto de forma opuesta. "Democracia, por supuesto. Votar no tiene precio", responde Wu.

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