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Un gorila

Un gorila

Yo soy un gorila. Un gorila del Congo. Mi nombre es Bolinga, que según dicen, significa: «Gorila encantador amigo del hombre», y lo que yo digo, encantador sí que soy, pero amigo del hombre, pues, oye, según y como. Lo que yo digo, según qué hombre.

Yo no sabía que era un gorila. Lo supe a los tres meses de estar en el zoológico de Madrid. La gente venía a verme a la jaula, me miraban muy fijamente, y luego se acercaban a un cartel y leían en voz alta: «Éste es Bolinga, que significa "Gorila encantador amigo del hombre". Procede del Congo, país situado en el centro de África. Bolinga cayó en una trampa de unos cazadores de gorilas. Días antes que lo sacrificaran, el naturalista John Grahan lo compró para evitar su muerte. Está en el Zoo de Madrid desde 1988».

Dicen que a los gorilas nos cuesta entender el lenguaje del hombre, pero lo que yo digo, chico, si te pasa un día en la jaula, escuchando cómo la gente lee el cartelito, pues algo se te queda.

Yo tampoco sabía lo que era la "gente". Lo supe por Martínez, el cuidador que venía todos los días a ponerme la comida, que me decía:

-Bolinga, a ver cómo te portas hoy con la gente. No los asustes.

Eso me lo decía Martínez porque, al principio, me moría de aburrimiento, practicaba uno de mis gruñidos brutales cada vez que se acercaba un grupo de hombres a mirarme. Al grupo de hombres se le llama gente. Otro gorila en mi lugar se hubiera deprimido mucho más que yo, porque pasarse el día en una jaula es terrible, pero hacía por animarme. Por las noches pensaba: «No te dormirás sin saber una cosa más».

Los niños eran los que más se asustaban con mis gritos repentinos, porque los soltaba de pronto, sin previo aviso. Esperaba a que se hubieran acercado mucho a los barrotes y yo, sentado, como si nada, como indiferente, haciéndome el interesante, mirando a otro lado, pensando :"Ahora veréis, ahora veréis".

Y cuando más embelesados estaban mirándome, yo me levantaba y «¡AAAAGGGG!», me iba hacia ellos con la boca bien abierta. Algunos niños se caían para atrás de susto, y al momento, nada más caerse se ponían a berrear. Yo personalmente prefiero a los cachorros de gorila.

Los cachorros de gorila tienen más sentido del humor, los tiras desde un árbol y se parten de risa. No solo eso, es que al instante, ya están arriba para que los vuelvas a tirar. A eso lo llamo yo ser simpático, y los cachorros han de ser simpáticos. Luego está la belleza, claro, que no es lo más importante, pero oye, lo que yo digo, también importa. Donde se pongan los ojillos de un cachorro de gorila, esos ojillos tan negros...

Es que te miran de una manera que te dan ganas de tirarlos desde lo alto del árbol las veces que haga falta, y no como los cachorros de hombre, que tienen unos ojos como muertos. Vamos, a mí personalmente, me ponen en una bandeja los ojos de un pez y los ojos de un cachorro humano, y es que no los distingo.

Yo le intentaba explicar a Martínez que estos números de gruñidos y tal los hacía para animar un poco el asunto, porque esto de estar en una jaula sin moverte, lo que yo digo, es que no me parece lógico. Yo no pagaría para ver un hombre en una jaula si se estuviera quieto como un muerto. Lo que yo digo, para eso me quedo en mi casa.

Pero Martínez no me entendía, porque dicen que a los gorilas nos cuesta trabajo entender el lenguaje del hombre, pero hay algunos hombres, de verdad, lo digo después de haber conocido muchos, hay hombres que no se enteran de la misa la media. Este Martínez tenía el cerebro de una cebra.

En mi familia, cuando uno nos salía un poco tonto, decíamos: «Déjalo, déjalo que tiene el cerebro de una cebra». Pues eso: Martínez era como una cebra.

Nunca nos entendimos. Siempre estaba con sus comentarios irónicos.

-Vaya, vaya, Bolinga, ¿con que tú eres «el gorila encantador amigo del hombre?» Pues quién lo diria. Otro niño acaba de irse llorando por tu culpa.

Yo le intentaba razonar:

-Perdona, Martínez, pero tenemos distintos puntos de vista al respecto. A mí, personalmente, me ha parecido muy gracioso. La he encontrado una broma muy simpática.

Tomado del libro «Bolinga»

Autora: Elvira Lindo

Ilustraciones: Emilio Urberuaga

Editorial Santillana-Alfaguara

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