Cuenta Mario Benedetti la historia de un hombre que, procedente de un pueblo del interior donde nadie jamás había visto el mar, marchó camino de la costa y pasó su vida embarcado viajando de aquí para allá hasta que, un día, se hizo mayor, se jubiló y regresó.

A partir de ese momento, su única distracción fue contar todas las historias que había vivido. Atraídos por las mismas, cada tarde alrededor de su casa se reunían numerosos vecinos para escucharlas.

Él les hablaba de sus aventuras y viajes, del olor a brea, de los distintos azules del mar… Hasta que, un día, de pronto, se dio cuenta de que ya lo había contado todo.

Pese a ello, como cada tarde, salió al encuentro de sus vecinos y, cuando uno de ellos le pidió que le contara una nueva historia, él, en ese mismo instante, comenzó a hablarles de las sirenas que habitaban en el mar».

Me contaron su caso y fui a conocerla. Es una de esas perras que viven solas en un campo vallado, sin más compañía que el aire que la envuelve.

Su hogar es un terreno maltrecho sin caseta, ni techo, rodeada sólo de una fría alambrada que la encierra. Ella, a veces erguida y, otras, encogida, hace frente con su cuerpo a las noches heladas y al viento bajo cero que cada madrugada le visita.

Su única compañía es la soledad. Sabe que tiene a alguien que se autollama «su dueño», pero no recuerda con cariño mano alguna que oler ni lamer.

Como no sé su nombre, yo la llamo «Olvidada».

Desgraciadamente, España está llena de «Olvidados» y «Olvidadas» como ella. Si salen por el campo, los descubrirán moviéndoles la cola y derritiéndose al verles pasar. Todos esos animales son reales y necesitan nuestra ayuda. Sus ladridos pidiendo ayuda no son «cantos de sirena».