Un año más, la selva acogía la celebración de sus famosas olimpiadas para animales.
En una de las pistas, un león preparaba sus zarpas y atusaba sus bigotes. En otra parte del imaginario estadio, un tigre esperaba ansioso la salida.
No eran los únicos competidores, participaban animales de todas las especies. Había una jirafa de cuello inmenso y patas robustas. Un cocodrilo de andares lentos pero mortífera mandíbula, un conejo de largas orejas, un perro sin raza, un gato callejero, un ratón, una tortuga y muchos animales más. Y, por supuesto, también participaba un hombre.
-¡Atención! La carrera va comenzar-
Los animales se encaminaron a sus puestos de salida.
-¡Preparados! ¡Listos! ¡Ya!-
Todos comenzaron a correr. El león y el tigre marchaban los primeros, seguidos de la jirafa. Detrás, el perro, el gato, el conejo y el hombre y una infinidad de animales más. Pero, de repente, cada uno comenzó a correr hacia un lado distinto. Unos marcharon selva adentro, otros a la orilla del río. Todos se fueron menos el hombre que, en solitario, siguió camino de la meta.
Una vez terminada la carrera, se reunió nuevamente a todos los participantes, para la entrega de medallas. Por la megafonía comenzaron a nombrar a los ganadores:
-La medalla de oro ha correspondido al conejo, al león, al perro, al hombre y a todos y cada uno de los participantes. Todos han ganado el primer puesto ¡Felicidades!-.
Entonces, el hombre, indignado, comenzó a protestar airadamente: -¡No es justo! Soy el ganador. Fui el único que atravesó la meta-
-Te equivocas- dijo uno de los jueces. Todos sois ganadores porque cada uno de vosotros ha corrido todo lo que podía correr, con todo su esfuerzo, y todos habéis alcanzado la meta. Eso sí, la que cada uno ha elegido libremente. Los humanos hacéis de la vida una carrera con idéntica meta para todos. Sin embargo, ni todos corremos igual, ni todos buscamos el mismo lugar donde llegar.
