20.000 kilómetros sobre una Harley hasta más allá del círculo polar ártico del norte de Siberia

Sala Luceros de la Lonja del Pescado

MANUEL LORENZO RAMÓN. Dolores (Alicante). 1974. Fotógrafo y aventurero

En el 2016 regresando de Cabo Norte, en Noruega, con mi Harley a la que llamo cariñosamente “La Cerda”, al desembarcar del ferri que lleva de Helsinki a Tallin me dije: “Oye, que cerca está Rusia”. Más tarde empecé a ver vídeos de esos raros de cosas bizarras que pasan en Rusia y de lo que veía se me quedaron grabados los paisajes sorprendentes de ciudades postsoviéticas y regiones extremas. Y me pregunté: “¿Que habrá allí arriba?. ¿Se podrá llegar en moto? ¿Y en Harley? ¿Hay información de aquello y de si ha llegado algún occidental en moto? ¿Hasta dónde se podrá llegar hacia el norte?.

Y así es como surgió esta aventura. No fue nada melancólico ni la búsqueda de notoriedad ni postureos ni “conocerme a mí mismo” ni ninguna chorrada por el estilo. Sólo la inquietud. La necesidad de saber de primera mano qué hay donde nadie dice qué es lo que hay.

Así pues, conseguí sacar el visado en una oficina de Torrevieja, y con la poca información de la que disponía y existía sobre la zona, arranqué “La Cerda” y salí cargado como un burro para la frontera rusa donde empezaría a catar la esencia del viaje ruso tras 8 horas para pasarla.

Lo que sucedió a partir de ahí fue una concatenación de experiencias y aventuras que sólo pueden darse en el norte de Siberia, sobre una Harley y yendo con la apertura de mente de un viajero para que la gente te acepte, se alineen los astros a tu favor y hasta los momentos más difíciles se transformen en algo positivo que enriquezca el viaje.

Llegar hasta el final de la única “carretera” (entrecomillo lo de carretera porque desde Surgut hasta el final son 8.000 kilómetros de planchas de hormigón de 3 x 5 metros encajadas sobre una base de arena que te dejan sin ruedas y sin culo) del continente asiático que sube hasta el círculo polar ártico, pasear a una esquimal que nunca había visto una moto salvo en películas, ser acogido por los pocos moteros siberianos como uno más en sus casas, ver las caras de la gente que nunca había visto a un occidental en moto por allí, encontrarte con la gente más solidaria del planeta, hacer la vuelta desde el norte acompañado de gente durante tramos y con otros que te paraban para hacerse fotos contigo porque nunca habían conocido nadie como tú al correrse la voz de que había un loco español por allí (algo parecido a Forrest Gump cuando la gente lo acompañaba corriendo), romper el embrague en medio de la nada en la tundra siberiana y que de repente aparezca alguien, fabrique uno para ti (en Siberia no hay recambios de Harley) no te cobre y te de casa y comida y te diga que al perder un día de viaje coincides con uno de los pocos festivales moteros que hay en el norte de Siberia, que acudas a él, que te hagan perder e conocimiento a vodka, que te tiren a un río congelado para que espabiles y que te suban a un escenario para clausurarlo son cosas que solo pasan en Siberia tras 20.000 kilómetros del tirón en una Harley Davidson de carburación del año 2.000.