Ya dije que el surrealismo, como código, es susceptible de aplicarse a la literatura. Simplemente bastaría plantearnos una situación absurda con visos de realidad. Igual que hace Magritte en sus paradojas pictóricas. A ver: la de ese hombre que se mira en el espejo y, en vez de cara, contempla su cogote. Vuelvo, pues, al mismo análisis. Cuando deseamos averiguar donde paran los fundamentos surreales de la literatura de Kafka, una gran duda nos asalta. Y es que los relatos suyos tienen tal apariencia de realidad que se nos hace difícil hallar en qué punto reside la clave que los convierta en fascinantes historias, en testimonio de un mundo suprarreal y, centrando el término, en historias de visión surreal.

¿Cuál matiz fija las razones del supuesto surrealismo suyo? Al primer pronto no va a ser fácil encontrarlo. Pero, leyendo y releyendo, se cae al fin en la cuenta, que todo consiste en "hacer realidad el despropósito". Porque, cuando Kafka narra una historia, lo hace partiendo siempre de un fantástico absurdo: el hombre que se metamorfoseó en escarabajo, el hombre que deseaba vivir en un trapecio, el hombre que le gustaba ayunarÉ Y luego esta paradoja inicial resulta tan convincente contada por él que nos parece hasta inhumano que las demás gentes no quieran dejar en paz a esos hombres que desean vivir su "despropósito".

Dicho de otra manera, el relato nos ayuda a entrar en la "paradoja" y, a vueltas con la realidad, logra que nos parezca natural el amargo camino de esos seres plantados en situaciones tan singulares. O sea, la absurdidad del hecho parece vencernos, metiéndose en nosotros como obsesión entendible, justificativa y asimilada.

Es lo mismo que en el caso de vivir una pesadilla. Jamás nos damos cuenta de que estamos soñando. En tal trance, las imágenes son sentidas por nosotros angustiosamente, pareciéndonos reales todas las situaciones absurdas que pasan por nuestra mente. Pues bien, Kafka hará lo mismo con sus relatos surreales. Gregorio despertará una mañana y comprobará que no es un sueño el haberse convertido en escarabajo. Pero luego su desesperación, su dolor por sufrir el abandono de los suyos, nos preocupará de tal manera que sólo repararemos en el desasosegado vivir de un insecto-hombre. Y de esta guisa vamos entrando en la absurda vida del protagonista como quien cruza el umbral de una horrible pesadilla. Sólo cuando terminamos el relato salimos de las sombras litúrgicas del sueño. Sólo entonces nos encontramos contemplando el encuentro con nuestra propia realidad.

No exagero. De pronto tocamos tierra. Entramos en esa luz flagelante del cada día, sin esos colores puros de los sueños fantásticos. ¡Qué buen momento será éste para evocar el inicio del relato! Uno de los más sugerentes comienzos de la literatura universal. Aquel donde Kafka nos conduce a la cima de la expectación y que todos los escritores sueñan con emular.

"Cuando una mañana Gregorio Samsa se despertó de un sueño agitado se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho".

¡Dramático comienzo!

¿Cómo acabará tan doliente metamorfosis?

Buscando la verdad, como subiendo un calvario. q