En la madrugada de ayer, día 11 de marzo, Salvador Soria, nacido en el año 1915, en el Grao de Valencia y nombrado hijo adoptivo de Benissa por acuerdo unánime de los miembros del Consistorio, murió cuando se disponía a desplazarse hasta el Hospital de Dénia por causa de unas ligeras molestias en el corazón, ya dañado en su larga lucha por la vida. Desde muy joven ya conoció las dificultades que provocó la ruina familiar, venida a menos desde una posición de bienestar. Trabajó como aprendiz de mecánico, más tarde encontró ocupación en un taller de mármoles y fue allí donde descubrió que la escultura, el modelar el barro, la pintura y los policromados formaban parte del horizonte hacia el que había de encaminar sus pasos.

La rebelión militar del año 1936 puso fin a sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios donde se haba matriculado para convertirse en escultor diplomado. Tomó parte en la contienda civil con destino en la provincia de Teruel consiguiendo los galones de cabo. Su deseo de ascender le llevó a la Escuela Militar de Ingenieros donde alcanzó la graduación de teniente. Después de un tiempo de gran actividad artística en Cataluña, en febrero de 1939 se dirigió a Francia y en Perpiñán, ciudad a la que llegó realizando el recorrido a pie, fue detenido por la gendarmería que lo trasladó a un campo de refugiados en Setfonds. Todo el tiempo de que disponía lo empleó en realizar dibujos y especialmente acuarelas que vendía o cambiaba bien fuera por comida o medicamentos. Organizó una exposición que fue todo un éxito hasta tal punto que las autoridades francesas le liberaron de buena parte de sus obligaciones y se dedicó a ilustrar las paredes del ayuntamiento de la localidad.

Con la llegada de las tropas alemanas cambió su suerte y fue recluido en un campo de concentración muy próximo a Setfonds en donde, en el curso de su estancia, había conocido a Arlette Roldes, excelente pintora y reconocida escultora, con la que se casó consiguiendo con ello la libertad y su regularización en el país. Instaló una fábrica de sillines de bicicleta -en momentos de buen humor, ya de regreso a España, nos decía que con alguno de ellos se había conseguido el triunfo en el Tour- que le fue muy bien en especial porque le permitió dedicar mucho más tiempo a la actividad artística.

De vuelta a casa y después de un tiempo en Madrid tomó la decisión de buscar un lugar tranquilo en la provincia alicantina y lo encontró en Benissa donde, sin temor a equivocarme, puedo afirmar que fue hondamente feliz en su casa frente al mar, entre las vides y la arboleda frutal de su campo y el reconocimiento y respeto generalizados entre los habitantes del pueblo al que tuvo la delicadeza de obsequiar con el diseño del Monumento a la Libertad, el primero que se realizó en el país ya democratizado. Benissa -en su himno se canta que es noble y señora- supo corresponder a la generosidad del artista creando el premio que lleva su nombre y que se viene convocando con notable participación. Pero había que hacer algo más, abrir los brazos a este "benissero" desde el año 1969 y ello se consiguió con el nombramiento de hijo adoptivo, titulo que se mantiene a través de los tiempos y entre la curiosidad de los nuevos habitantes que van llenando de preguntas los recuerdos. Benissa y Salvador Soria Zapater, el valenciano del Grao, unidos por y para siempre.

Uno escribe desde la tristeza de la pérdida y el dolor de la ausencia de un amigo entrañable que deja un hueco en la vida de imposible recuperación, quizás solo con la seguridad de la memoria imborrable y querida.