Llevaba varios meses pidiéndole al cantante asturiano su famosa (entre el mundillo teatral) receta de las cebollas rellenas y que, como casi todos los cocineros celosos de sus hallazgos culinarios, se resistía a enviarme. Así que aproveché su reciente visita al Principal para invitarle a comer a casa con la excusa de un arroz con magro y verduras (nueve verduras: alcachofas, habas, ajos tiernos, coliflor, zanahoria, nabo, pimiento verde, pimiento rojo y judías verdes) que no lo mejora ni el Nou Manolín, ni mis amigos José Antonio Peral o Marita Barbero, maestros todos en el arte los arroces. Tanto Víctor Manuel como su hijo David San José (magnífico en el teclado durante el posterior recital) y los otros dos músicos parecieron quedar contentos, así que durante los postres, y después de haber caído dos botellas de Rioja, saqué el libro de firmas de mi desaparecido bar Anfiteatro y se lo planté delante con una hoja ya titulada Las cebollas rellenas de Víctor Manuel.

Con mi acariciado tesoro a buen recaudo descansé un rato antes de dirigirme al teatro para el concierto, un recital que además de brillante y con un alarde vocal del artista que realmente me sorprendió, provocó la inevitable conmoción que suelen traer los recuerdos de treinta o cuarenta años de esta España nuestra, a través de las canciones que ocuparon momentos imborrables en mi vida.

El público pudo conocer mejor la biografía de un cantante imprescindible de una época, de sus vivencias asturianas, de su encuentro con Pilar (Ana Belén)-"en los años 70 empezamos a rodar y todavía seguimos rodando"-, del escándalo que provocó en España el estreno en México del musical Ravos que protagonizó la pareja y del que llegaron falsas noticias a nuestro país como que se quemaba una bandera española. Pura anécdota, pero que les obligó a permanecer exiliados durante unos cuantos meses en tierras mexicanas hasta que se aclaró el embrollo. Dos horas sobre el escenario, pero toda una vida para mí y supongo que para muchos de los espectadores que llenaban el teatro.

Ya en casa me zambullí en la receta de las cebollas y al día siguiente me puse manos a la obra a modo de ensayo antes de ofrecerlas a cualquier invitado de mi terraza: dos enormes cebollas blancas, carne de primera muy picada, ajos, perejil y un caldo "de importancia", como dice el artista, dieron como resultado un plato exquisito al que solo puedo ponerle una pega, llamémosle estética: puestas sobre una bandeja simulaban talmente dos enormes senos femeninos con pronunciada aureola central y que yo coroné, para colmo, con una aceituna negra. Recordaban al postre que Andrea Ferreol cocinaba para Philipe Noiret (o Mastroianni, o Hugo Tognazzi, no recuerdo bien) en La Grande Bouffe: dos mamelles de merengue que, convertidas en blancas cebollas no sé si me atreveré a ofrecer a mis invitados veraniegos. Aunque visto desde otro ángulo igual es el éxito del verano por lo que tiene de sugerente el guiso. Gracias, Víctor. Ya te contaré del éxito o fracaso de mi perseguida receta. Cuida a nuestra Ana y sigue haciéndole canciones para disfrute de todos los que os seguimos. Y mándame más recetas!

La perla. "El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va". (Saint Exupery, El principito)