C uando en la tarde del 28 de abril, esperando para ver el partido entre el Barcelona y el Inter de Milán, sonó mi móvil no podía imaginarme las consecuencias de contestar esa llamada. Respondí la insistente requisitoria y escuché la voz de mi amigo Antonio Franco que, en un tono pasimonioso, yo diría, incluso protocolario, me espetó "Estoy dándole vueltas a una idea que llevo en la cabeza", y sin dejarle continuar le dije, "pues esa idea habrá tardado, por lo menos, un año en dar la vuelta". Después de dedicarme algún adjetivo calificativo, que aquí no puedo reproducir, me dijo: "Quiero que seas el glosador del pregón de fiestas de este año"" instantáneamente pasé de la risa a la náusea y balbuceando contesté "Antonio ¿tú lo has pensado bien?", y como donde las dan las toman, me contestó, "pues sí, como tú has dicho, casi un año". Sólo soy un festero que durante 33 años he sido fiel a la fiesta movido por la ilusión y la alegría, sin que ello, insisto, merezca distinción alguna, porque, como alguna vez se ha dicho desde esta tribuna, es la fiesta la que te elige a ti y no tú a la fiesta.

Efectivamente, Orihuela como comunidad, como pueblo, celebra solemnemente la Reconquista cristiana de la ciudad, y como digo, lo celebra solemnemente, con la procesión y desfile de la Gloriosa Enseña del Oriol, símbolo unívoco que refleja nuestra unidad como pueblo, como comunidad, como nación, símbolo de nuestra historia, senyera de nuestro honor y orgullo de ser oriolanos que, como nuestra enseña, sólo nos inclinamos ante Dios y ante el Rey. Decía que celebramos con solemnidad, y lo hacemos de tal forma que, ese día, cada 17 de Julio, Orihuela se convierte en la capital de la Comunidad. De manos del Oriol y su Síndico somos el centro de atención social y político de toda la Comunidad. Orihuela, tan injustamente preterida en muchas ocasiones, ese día se convierte en la dama a la que todos cortejan y galantean, porque no hay mayor asombro para un foráneo que ver a todo un pueblo unido, bajo el balcón de la casa de todos aplaudiendo, no ya solo a un símbolo, sino a su historia y a su proyección como comunidad, como ciudad, como "Gran Ciudad".

Hoy en día, en tiempos de crisis económica, crisis de valores, en tiempos de convulsión hay que mirar al futuro con esperanza pero aprendiendo de nuestra historia, y nosotros, los oriolanos, tenemos una gran y digna historia que nos califica como emprendedores, esforzados trabajadores y hombres y mujeres de bien, no somos más que trasuntos de aquellos personajes históricos que, trece siglos atrás, comenzaron haciendo patria mediante el pacto, el consenso y el respeto a la diferencia. Es evidente que la invasión musulmana de Orihuela, de nuestra querida Uryula, fue una invasión militar que nos sirve de ejemplo de cómo los oriolanos nos crecemos ante la adversidad, obteniendo ventajas y favores para nuestra tierra usando la estrategia, la palabra y la audacia.

Desde mi punto de vista, Orihuela, los oriolanos, supieron convertir la derrota en victoria defendiendo, política y jurídicamente, los bienes, personas y religión de sus ciudadanos, usando como arma la palabra y como escudo el consenso y la tolerancia, en la creencia que no existe mayor desgracia para un pueblo que la guerra y la intolerancia, pues, como escribía nuestro universal poeta Miguel Hernández: "Tristes guerras/si no es el amor la empresa,/Tristes, tristes,/Tristes armas,/Si no son las palabras,/Tristes, tristes,/Tristes hombres/Si no mueren de amores,/Tristes, tristes".

No soy persona que mire al pasado con nostalgia, pero sí aprendí de mis mayores que del pasado hay que aprender de sus valores y huir de sus errores, porque pueblo que no aprenda de su pasado nunca ganará el futuro, por eso, por mi condición de oriolano, por nuestra pasada historia y sus enseñanzas, me siento legitimado para denunciar la sociedad que, algunos, nos quieren imponer sin los valores morales que nos caracterizan como pueblo, como colectividad, proclamando mi defensa de los valores esenciales como la libertad, la tolerancia, la igualdad ante la ley, la no discriminación por raza, sexo o religión, el derecho a la educación y el derecho a la vida, valores consustanciales a las personas de bien y a las sociedades libres. Por esto, porque soy oriolano y así lo aprendí de mis mayores, desde esta tribuna muestro mi respeto y solidaridad con las Armengolas que sufren malos tratos y discriminación y con los Pere Armengol que son rechazados por motivos de raza o religión.

La historia, y no solo la más antigua, nos enseña que los oriolanos somos gente de buena ley, que somos capaces de convertir el desastre de la guerra en fiesta, pasar del odio al perdón y a la amistad. Por esto, como diría mi padre Vicente Escudero, que junto con mi madre, me inculcaron los valores que defiendo, soy oriolano y me siento orgulloso de serlo, dando gracias a Dios por haber nacido en esta bendita tierra que nos hace ser amables, festivos y amigables, que, en definitiva nos hace ser buena gente, porque Orihuela se lleva en el corazón, te cala hasta los huesos sin que te puedas hurtar al sentimiento de nostalgia cuando estás lejos de ella.

Quiero resaltar que todos los sentimientos, valores e ideas que me inspiran la fiesta, y que tan torpemente e intentado exponer en esta glosa, están recogidos en el magnífico cartel anunciador de fiestas de este año. Su autora, la renombrada y reconocida artista Amalia Navarro nos traslada de un solo vistazo a la mañana del 17 de Julio, colocando a la mujer como protagonista de la fiesta y a Miguel Hernández, nuestro poeta, para conmemorar su centenario. quiero rendir pública pleitesía y agradecimiento a mi Armengola particular, Mª José, mi esposa, y a mis hijos Javier e Ignacio, por su infinita paciencia con este esposo y padre lleno de incomprensiones, desafueros y defectos, que les obliga a conquistar, una y otra vez este castillo humano, que desde el corazón y el orgullo de haber nacido en Orihuela y proclamando a los cuatro vientos mi condición de oriolano, grita emocionado. ARRIBA LA FIESTA