Y, para poder asentar mi aserto sobre bases razonables no tengo más remedio que remontarme a los sesenta y parte de los setenta en los que Benidorm, además de responder plenamente a lo que en algún momento fue un exitoso eslogan: "Benidorm, el descanso más divertido", era la ciudad europea más solicitada y más valorada tanto por los jóvenes nacionales como los procedentes de muchos países de nuestro continente.

Eran los tiempos en que venía auténticas riadas de jóvenes franceses; cuando los italianos llegaban en sus cinquecento hasta en grupos de cinco o seis por coche; cuando los suecos jóvenes acudían en elevadas cantidades formando parte de grupos de viajes organizados como aquel Club 33 que constituyó una aportación importante al porcentaje del turismo escandinavo.

También eran tiempos en los que muchos, yo diría que los de siempre, se quejaban de que los jóvenes eran ruidosos, de que se metían ocho en un estudio de dos camas, durmiendo hasta en las terrazas, de que algunos dormían en la playa y de que gastaban poco, sobre todo para sus pretensiones de enriquecimiento. Pero es que eso de las molestias siempre ha sido un leit motiv que ha encantado a una parte de la población. A unos porque sufrían realmente ruidos o conversaciones en las horas que se debían dedicar al sueño, a otros porque no se cumplían sus pretensiones de ventas o ganancias. Como ahora. Llevo docenas de años diciendo a todo aquel que me ha querido escuchar que sí, que es verdad, que molestan. Pero sólo molestan los que vienen. Los que se quedan en sus casas o sus países no nos originan ninguna molestia y yo me pregunto ¿es posible ser una potencia en turismo sin tener que soportar molestias de algún tipo? Pues eso. Si queremos turismo y turistas tendremos que aprender a quejarnos menos de los ruidos de los jóvenes, de lo poco que gastan los jubilados, de lo complicado que está el tránsito de vehículos o de lo llenas que se ponen las playas en algunos momentos. Y hay que considerar que cada vez que se antepone a las molestias el "turismo de calidad" habría que echar mano a otra de mis muletillas preferidas: "el turismo de calidad es el que viene. El que no viene es el que carece de calidad o de percepción para saber que este es un destino privilegiado".

Y, volviendo al titular, ahora Benidorm tiene que recuperar un turismo joven que ha perdido a fuerza de prohibiciones, de vetos, de persecuciones e incluso, si hemos de hacer caso de unos comentarios cada vez más extendidos, de una brutalidad policial injustificada que los ahuyenta y les incita a buscar zonas o ciudades más permisivas y acogedoras.

Hay que facilitar el encuentro de jóvenes multiplicando los conciertos hasta adquirir fama de ciudad de la música, potenciando encuentros de interesados en internet con partys como los que se realizan en otros lugares, con la instalación de pistas para la práctica del skate board o de los bailes de calle como los de break dance y otros similares, hay que establecer zonas donde se puedan intercambiar programas de ordenador, cromos, cartas o figuras de los modernos juegos de mesa... en una palabra, hay que re-construir un Benidorm atractivo para la juventud para que vuelvan a funcionar aquellas discotecas que hacían venir a los empresarios de Londres y de Berlín a conocerlas para intentar copiarlas.

Con todo el control que se quiera, sin brutalidad, off course, pero hay que recuperar una juventud que puede convivir y complementar el turismo de la tercera edad al que no hay que renunciar para nada. Junto a la terraza donde se bailan los pajaritos puede coexistir otra en la que se puede disfrutar escuchando los ritmos más modernos. Los dos molestan lo mismo y a los dos hemos de transigirles esas molestias de igual manera.