Mientras Estados Unidos sigue totalmente paralizado en medio de un debate en torno a los déficit presupuestarios y todas las demás cosas que el estado no debe de hacer, el resto de países están maridando recursos públicos y privados para consolidarse y hacerse más competitivos.

Mientras Estados Unidos ni siquiera está seguro de que debiéramos acercarnos a proporcionar cobertura sanitaria a toda nuestra ciudadanía, otros países democráticos empezaron a valerse del estado para asegurar a todos sus ciudadanos, y tienen gastos sanitarios muy inferiores al nuestro.

Mientras los estadounidenses pagan menos en impuestos que los ciudadanos de otros países ricos -y actualmente se les retiene el porcentaje menor de su nómina desde el año 1958- una cámara del Congreso cree que lo único que se puede hacer para ayudar al país es bajar los impuestos aún más.

Mientras otros países nos han adelantado en economía ecológica, nosotros nos distanciamos de cualquier iniciativa de poner precio a las emisiones para combatir el calentamiento global y promover nuevas tecnologías. En el Partido Republicano, los políticos tienen que disculparse hasta por pensar en el calentamiento global.

Y mientras otros países invierten en sus infraestructuras básicas, nosotros dejamos que nuestras carreteras y puentes, redes ferroviarias y sistemas de abastecimiento, y nuestro acceso a la banda ancha se cuiden solos. Nosotros creamos la red interestatal de autopistas, y ahora no podemos mantener el alcantarillado.

Ah, sí, y casi 14 millones de conciudadanos nuestros están en paro.

Vale, ahora puede usted volver al triste debate del difícil si quiere, pero este catálogo se ofrece para insinuar la irrelevancia de nuestro debate en Washington de cara a los problemas a los que se enfrenta el país.

Nuestro déficit de imaginación es el déficit que debería de preocuparnos.

Parecemos incapaces de hacer lo que hicimos en los años Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y, sí, los años Nixon: imaginar la forma en la que la intervención pública práctica puede mejorar la vida cotidiana de nuestros ciudadanos, hacer más fuerte nuestro país, y más productiva nuestra economía privada.

Claro que necesitamos equilibrio fiscal a largo plazo, y volver a, y luego retocar, los tipos fiscales que imponíamos con Bill Clinton servirá para hacer gran parte de lo que tenemos que hacer. El resto se puede lograr con reducciones mucho más modestas que los recortes draconianos contenidos en los planes del congresista Paul Ryan.

El desafío más general y más importante es imaginar la forma de planificar, invertir y competir con países mucho más centrados que nosotros en la forma en la que funciona la nueva economía global. Y los más sorprendidos por la incapacidad de nuestro país a la hora de hacerlo no son los socialistas caviar, sino los directivos inflexibles.

Invitado por Carl Pope, del Sierra Club, dediqué algún tiempo hace poco al informe de la economía que prepara The Wall Street Journal en su conferencia anual, que se publica en marzo. Para empezar, el relato del Journal hace hincapié en que China "está acaparando el mercado de las tecnologías limpias no a causa de su mano de obra barata... sino a través de subvenciones y controles rígidos para levantar una nueva industria exportadora". Ejem, las palabras "controles" y "subvenciones" no proceden de la teoría del libre mercado.

El informe cita a Mark Pinto, vicepresidente ejecutivo de Applied Materials Inc., que afirma que en energía solar, Estados Unidos "no es el mayor fabricante ni el mayor mercado". Añade: "Eso es muy inusual".

¿En serio queremos perder este mercado?

En su blog, Pope cita a otro líder corporativo que asistió a la conferencia, Andrew N. Liveris, presidente y director ejecutivo de Dow Chemical Company.

"En todo el mundo", escribe Liveris en su libro "Triunfar en América", "los países actúan de forma cada vez más parecida a empresas: compiten agresivamente entre sí por las empresas y el progreso y la riqueza...

Mientras tanto, en Estados Unidos, hacemos las cosas igual que si no hubiera cambiado nada".

No voy a fingir que estoy de acuerdo con todas las opiniones de los directivos en materia de marco tributario o marco de regulación. Pero es sorprendente que tantos sean pragmáticos, no ideólogos. Ellos entienden que los esfuerzos del estado por promover la prosperidad nacional tienen que ir más allá de déficit e impuestos.

Recordará un político atento que observó a principios de este año que "los hogares surcoreanos tienen mayor acceso a internet que nosotros. Los países de Europa y Rusia invierten más en sus carreteras y redes ferroviarias que nosotros. China construye trenes más rápidos y aeropuertos más modernos.

Mientras tanto, cuando nuestros propios ingenieros evalúan el estado de nuestra infraestructura nacional, le ponen 'suspenso'".

Unos meses más tarde, el mismo político decía: "No tenemos que elegir entre un futuro de deuda desbocada y un futuro en el que renunciamos a invertir en nuestra gente y nuestro país".

Eso dijo el presidente Obama, y usted se preguntará: ¿Existe alguna posibilidad de que vayamos más allá de nuestro debate nacional hasta la tarea pendiente de "ganar el futuro"?