La palabra fragmentada Es-Cultura ha invadido, en los últimos años el espacio creativo del catalán, asturiano, uruguayo, canadiense, alicantino... Jorge Castro.

Esa expresión rota que daba sentido a su vida, un día fue trazada, en tamaño colosal, piedra a piedra, con paciencia ordenadas en el camino que conduce a su casa. Ansiaba Jorge que cualquier pasajero que le sobrevolaba, camino del cercano aeropuerto del Altet, reparase en el llamativo reclamo.

El amigo Castro luchó, fuera de los circuitos convencionales, alejado del staff, con su creación como fundamental argumento y cruzó Francia, Alemania, Austria... en Ferias de Arte en las que se dio a conocer y abrió caminos.

Si bien no gozó de los favores de subvenciones ni privilegios de la Corte, vivió a cambio la, para muchos, añorada libertad. Su taller era su universo, su buril su instrumento para crear otra realidad.

La escultura de Jorge Castro con cuellos y extremidades reconocidas en diversos estilos, busca su máxima expresión en el vacío.

Jorge abrazó múltiples territorios, se hizo a sí mismo, se forjó en la escuela del inconformismo y, quizás por ello, no vivió preso de ninguna obediencia de partido ni catecismo.

Este Infanzón, como reconocen en Aragón a los hombres libres, este amigo de sus amigos, vivió dos vidas. La primera sostenida por la fuerza y complicidad de Micheline. Su mujer, su musa, su agente, su incondicional amiga se truncó tras una breve intervención quirúrgica, momento en el que Jorge se adentraba en su segunda vida, camino de la enfermedad que le ha arrebatado la vida: la soledad.

Si Ausencia es una de las obras en la que Castro más ha reparado, la ausencia se ha convertido en una nota constante, en un martillo que a golpes ha cincelado sus últimos años. Quienes bien le conocemos sabemos que Chiqui, pastora belga de largo pelo negro, ha sido su antídoto.

Quienes le hemos acompañado siempre, y en los últimos momentos apelamos a la historia del Arte, en ese espacio que no representa el aplauso ni la exaltación del ego, si no el arte como una actitud ante la vida, reivindicamos una página para Jorge Castro.

Si Davinci proclamaba que todo hombre y mujer deberían, en compensación al valor de la existencia, dejar una huella, Jorge ha cumplido debidamente.

Como amigo nos lega innumerables secuencias que ahora anidan en nuestra memoria y como artista queda una de sus tantas obras en el Paseo de las Estrellas, en Alfaz del Pi.

En este pequeño municipio del litoral alicantino se acercan visitantes y curiosos a inmortalizar una imagen ante el emblemático Asentamiento; obra de Jorge Castro en la que varias toneladas de bronce dan forma a un ancla. En esta obra, en la que Jorge compuso un poema para ser escrito en un interminable muro, o quizás en una cinta sin fin, en este signo de la complicidad con una tierra, Jorge expresaba su deseo de reconciliarse con las culturas tras sus largos periodos de desarraigo, exalta en este contundente instrumento para los marineros, para los hombres y mujeres sin patria, la necesidad orgánica de la identidad, del encuentro.

Jorge, el amigo se ha ido. Emprende un misterioso viaje de ida, solo para iniciados. Ni Ulises, ni el más lúcido de los pensadores griegos se han atrevido a rasgar el velo para, más tarde, narrarlo.

Tal vez el hombre y su obra no pueden cohabitar el mismo tiempo. Todos quienes hemos compartido el pie de su cama en los últimos tiempos, reconocemos ahora a Jorge en su obra, en su implacable Asentamiento.

¿Qué música le habría prestado a Jorge para iniciar su largo viaje? Sin duda, A Wonderful World, la pieza de Louis Armstrong que tantas veces ha escuchado en sus últimas horas. La melodía a la que se ha aferrado en sus tramos de soledad, de enfermedad, de incertidumbre quizás para advertirnos que "este mundo es maravilloso".

A buen entendedor, Salud.