Nos zarandean con las cifras, nos amedrentan con los índices. Cuando todo es mentira. Los números no son más que eso, dígitos. Que suben y bajan, que se modifican como por arte de magia sin significar nada. Hay números y números, si acaso. Los de los mercados sólo merecen desprecio y ninguneo. Si no, que se lo digan a quien está esperando una analítica importante, de la que depende un diagnóstico que puede de un día para otro su calidad de vida. O a quien permanece esperando una llamada que nunca llega. Una llamada por la que daría su vida. Que se lo digan a quien este puente de agosto se muere de soledad porque todo lo que no sea recibir señales de vida de esa persona especialísima entre cien mil, es tanto como vegetar. Está bien, en días como estos, detenerse a las puertas de los servicios de urgencias, y mirar a la gente. Mirar a los que entran y a los que salen, mirar a quienes no dicen nada. Está bien, como hago yo desde hace no menos de veinte años, mirar cada vez que hay ocasión, las imágenes de los inmigrantes subsaharianos que llegan a nuestras costas. Acabamos de tener muestras en Lampedusa y Motril, Almería y Barbate. De pateras y hasta de atléticos polizones procedentes de Nador. El fotógrafo Gervasio Sánchez, que algo sabe de vidas truncadas a consecuencia de las minas, de conflictos bélicos, y hasta de personas que han logrado comprarse su apartamentito en Nueva York con las sustanciosas ganancias generadas por su trabajo en organizaciones humanitarias, se sinceró en la UIMP de Santander, donde renovó su compromiso con el periodismo independiente, alejado del poder. Por suerte, el conato de huelga de futbolistas ha puesto las cosas en su sitio, desplazando los titulares de las primas de riesgo a un cuerpo de letra invisible. El fútbol vivido como religión nunca es mentiroso.