Arte y Humanismo en Florencia", de André Chastel, en la edición italiana de Einaudi, y la reproducción de un plano del centro histórico de Roma, realizado en 1970 "a volo d'ucello", fueron sus regalos tras un viaje por Italia, con otros amigos, en agosto de 1981. Estos recuerdos retratan al donante, a Pascual Rosser Marín, mejor que cualquier panegírico. Con su muerte se va el amigo culto y generoso, que supo compartir con las personas a quien quería su amor por la belleza, simbolizada en todas las Bellas Artes. Se ha ido el mejor guía de viajes y un gran y sensible melómano.

Pascual Rosser, médico traumatólogo, pertenecía a una de las familias que, con el desarrollo del comercio marítimo del puerto, se asentaron hace muchos años en Alicante procedentes de otros puntos de Europa. Su carrera profesional estuvo siempre ligada a la Clínica Vistahermosa, donde discurrió hace pocas horas su último sueño. Colaboró en la gestación de la Clínica y participó activamente en su gestión desde que acabara sus estudios de Medicina en Barcelona, a la que tanto recordaba. Su compromiso con los movimientos católicos seglares, surgidos del renacimiento religioso que supuso el Concilio Vaticano II del buen papa Juan, le llevaron a participar en la vida política de la transición española. En 1975 era presidente provincial de Izquierda Democrática (ID), de cuya ejecutiva nacional formó parte desde 1976. De esos años, en que empezamos a tratarnos con mucha asiduidad, recuerdo un viaje a Valencia, donde nos reunimos con el viejo Gil-Robles, antes de regresar en su coche con don Joaquín Ruiz-Giménez, con quien le unía tantas cosas, con parada para el almuerzo y la reflexión en la playa de Gandía. ¡Con qué emoción presentó al entonces presidente de Justicia y Paz y líder de ID en un acto en el salón del colegio de los Jesuitas! Pascual compartía con don Joaquín el espíritu de unidad democrática que forjó, en los años posteriores a la II Guerra Mundial, la construcción de Europa y del Estado del Bienestar, alumbrados por fuerzas políticas antiguamente enfrentadas, tanto que en nuestra España condujeron a una guerra fratricida. En las elecciones del 15 de junio de 1977 encabezó por la circunscripción de Alicante la lista al Congreso del Equipo Español de la Democracia Cristiana. Al día siguiente del mitin de cierre de campaña en el Pabellón Polideportivo de Alicante, Pascual tenía que operar a un paciente. Dejó en mis manos, militante entonces del PCE, a Mariano Rumor, presidente mundial de la Democracia Cristiana, para que le enseñara la ciudad desde lo alto del castillo de Santa Bárbara. Así era Pascual y así eran las relaciones humanas en aquellos años de la transición. Dimitió de ID tras el fracaso electoral y se integraría, años después, en las filas del PSOE.

De haber llegado ID al Gobierno, como pensaba un desconcertado Rumor, Pascual Rosser soñaba con la Dirección General de Bellas Artes. El Arte era su gran pasión, alimentada en sus últimos años de vida desde su atalaya frente al Mediterráneo en la playa de Muchavista, tras abandonar aquella torre del complejo Vistahermosa que acogiera tantos encuentros e inquietudes. Fue uno de los socios-fundadores de la Sociedad de Conciertos de Alicante, a cuya junta directiva perteneció varios años. Con Pascual y María José Limiñana, su esposa y compañera en todos sus sueños y anhelos, hemos compartido viajes musicales a Madrid (para seguir la batuta de Karajan en el Teatro Real), o Valencia y Murcia, en los inicios de ambos auditorios. Pero sobre todo, son los casi cuarenta ciclos de nuestra Sociedad de Conciertos, que el matrimonio seguía desde un palco del primer piso del Teatro Principal hasta hace unos meses, cuando el cáncer agudizó sus problemas de movilidad.

En los viajes era donde echaba el resto. Era el perfecto viajero, que no turista ocasional. Preparaba los itinerarios y se preparaba para hacer de metódico cicerone: "Son las once, hemos visto la Venus de los Medicci, es la hora del café y el cigarro en la terraza de los Uffizi, mirando el Palazzo Vecchio"; "falta una hora para la puesta del sol, vamos a visitar San Miniato para ver Firenze desde el Piazzale Michelangelo y como enrojece el Arno". Siempre recordaré sus consejos y anécdoctas: en Santa María Novella, ante los frescos del Ghirlandaio; en el Campo de Fiori romano, al pie de la estatua de Giordano Bruno; contemplando el Gran Canal desde el Ponte Rialto, o coronándole con unas hojas de laurel, descendiendo desde el Campiadoglio hacia los Foros Imperiales, como "Onorevole don Pascuale". El post-viaje era tan intenso como el recorrido efectuado: cientos de diapositivas y el consejo de los libros con los que prolongar el placer del itinerario efectuado desde el sofá de casa. Para poder disfrutar del viaje todavía y recordar la puesta de sol en el cabo Sunion, la emoción de los templos de Delfos al pie del Parnaso o los paseos en Paestum, Segesta o Agrigento. Pascual transmitía toda su pasión y conocimientos en cada viaje. Un legado imperecedero para quienes estuvimos cerca o lo escuchamos de sus labios en torno a una buena mesa.

María José, y sus hijos Ana, Pascual, Pablo y Paco son ricos con tantos recuerdos compartidos de una vida tan intensamente vivida. Descanse en paz en este último viaje.