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Lincoln, del abolicionismo a la Casa Dividida

Ni en la tumba ha podido librarse Abraham Lincoln de la controversia. Le sucede como a otros grandes personajes de la historia. Ya lo había dejado claro Albert Camus con aquella predicción suya: "Hasta mi muerte será impugnada".

El primer presidente republicano de Estados Unidos es figura de moda, no sólo por la reiterada invocación de Obama, sino también por el gigantesco fresco cinematográfico de Spielberg, y hasta por una película de vampiros.

Coincidiendo hace unos años con el bicentenario de su nacimiento, se repitieron de Lincoln las cosas que hasta ese momento se sabían y algunas otras más que pertenecen al anecdotario de un hombre complejo en un momento político complicado. Entre las primeras, los revisionistas insistieron en su desprecio por el hábeas corpus y la Constitución, y en que su verdadero objetivo fue salvar la Unión, no acabar con el esclavismo. Nadie le podrá discutir sin embargo el esfuerzo abolicionista, aunque sólo se tratase de un medio al servicio de otro fin.

Su personalidad picassiana, poliédrica, abrigaba tantas dudas que no se libró de que sus principales adversarios políticos, entre ellos el senador Stephen Douglas, le acusasen de tener dos caras. De hecho en una ocasión, haciendo gala de un gran sentido del humor y, a la vez, de su proverbial fealdad, respondió rechazando tales acusaciones: "¿Si tuviese dos caras creen ustedes que iba a usar la que traigo puesta?".

Ahora, tras el estreno del film de Steven Spielberg, protagonizado por Daniel Day-Lewis, algunos historiadores le han reprochado al director de cine el escaso rigor histórico al rebajar el papel decisivo de los afroamericanos en el proceso abolicionista.

Al comienzo de la cinta, dos soldados negros comentan con el presidente sus experiencias en combate. Uno de ellos, un cabo, plantea el problema de la desigualdad en las promociones y la paga en el ejército de la Unión. Dos soldados blancos se suman a la charla, y la escena concluye con el cabo alejándose y las líneas finales del famoso y vibrante discurso de Gettysburg.

Digamos que se trata de uno de los pocos guiños que los críticos con la ausencia de rigor histórico advierten en una película dedicada a explicar la abolición de la esclavitud de Estados Unidos pero que, como sucede con otras de Spielberg, Salvar al soldado Ryan o La lista de Schindler, antepone el espectáculo y el entretenimiento a cualquier otra razón. Los negros deLincoln esperan pasivamente que los hombres blancos los liberen, pese a que durante treinta años los historiadores han venido demostrando que los esclavos fueron agentes cruciales de su emancipación, aunque de manera imperfecta. Así lo puso de manifiesto, en 1990, Ken Burns en su aclamado documental The Civil War. Lincoln, en cambio, ofrece una imagen de los afroamericanos que algunos han interpretado como la de los fieles servidores esperando la última decisión del amo. No hasta el punto de que se pueda comparar con La cabaña del Tío Tom, pero sí demasiado complaciente.

Casi nadie pone en duda que la gran producción de Spielberg se preocupe en evitar en gran medida los estereotipos de servilismo afroamericano, famoso por Lo que el viento se llevó. Pero son muchos los que coinciden en que la película estrenada recientemente refuerza la vieja idea de que los hombres blancos fueron exclusivamente los motores principales de la historia y además las mayores fuentes del progreso social.

Obama, que asistió al estreno en una sesión privada en la Casa Blanca, después de las elecciones, no ha opinado abiertamente sobre el protagonismo afroamericano en este proceso abolicionista llevado al cine, principal candidato a los Óscar. Pero sí podría utilizar el ejemplo predicado del unionismo para acabar con la polarización y aplicarse al versículo del Nuevo Testamento que Lincoln supo encontrar para su política de reconciliación nacional: "Una casa dividida contra sí misma no puede resistir".

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