A qué nivel de podredumbre moral hemos llegado para sospechar que cualquiera que se dedique a la actividad política lo hace siempre para provecho propio y no por voluntad y convicción en un proyecto político de transformación social? Este clima de descrédito y desafección por la política ya se arrastra desde hace mucho tiempo, aunque ahora parezca estar en su momento álgido. Se desprecia la representación política de una manera que da miedo porque, en el fondo, se está despreciando la democracia. Y se ignora que, aun siendo muy mejorable, es el mejor de los sistemas de que nos hemos dotado. Defender, además, en este clima, la paridad o la representación equilibrada de mujeres y hombres se torna casi una misión imposible, especialmente porque el foco se centra en nefastas representantes políticas que no vale la pena mencionar.

No saben lo que cuesta explicar todo esto en las aulas sin percibir miradas descreídas o impugnaciones constantes. Tanto, que no encontré mejor manera de hacerlo que pidiendo a Asunción Cruañes Molina, diputada socialista por Alicante en la legislatura constituyente (y en las cuatro legislaturas posteriores), que me acompañase a mis clases, a lo que siempre estuvo dispuesta. Creo que es de las mejores cosas que pude hacer por mi alumnado y, llámenme exagerada, por la democracia. Nunca la atención prestada fue tan grande ni el silencio tan elocuente como cuando Asunción hablaba de la emoción sentida al poder votar por primera vez en su vida a los 51 años, de las dudas sobre si estaría preparada o no para ser diputada cuando le propusieron ir en las listas electorales "por ser mujer", del privilegio de estar en ese hemiciclo recuperado para la democracia. Salpicando sus charlas de hechos casi desconocidos de la vida parlamentaria de aquel histórico momento, como la del acuerdo entre aquellas 21 diputadas constituyentes para no votar la discriminación de la mujer en la fórmula de sucesión a la Corona, conseguía transmitir la importancia de las alianzas entre mujeres, entonces y ahora. Asunción les hablaba en primera persona de la Transición y de la elaboración de la Constitución, consiguiendo transmitir su pasión por la democracia a mis estudiantes y dignificar la tarea política. El curso pasado Asunción, ya enferma, no pudo venir. Hoy justo hace un año que falleció. No sé si quienes tuvieron el privilegio de escuchar a Asunción en su aula conservarán su recuerdo. Confío en que sí, porque dejaba huella. Tanta, que al terminar, además de un prolongado y cálido aplauso, venciendo la timidez, se le acercaban con admirada reverencia y le decían "¿Puedo darle un abrazo?" Nunca presumió de ello, nunca lo contó. Pero yo lo vi. Un abrazo, querida Asunción.