Con el paso de los años, uno va acomodándose a las cosas asumiéndolas con cierta comprensión, especialmente aquellas que tienen que ver con la vanidad y los lógicos intereses creados que acarrea el ejercicio profesional, por ejemplo entre la arquitectura y la ingeniería, que es de lo que se ocupa mi artículo, muy a mi pesar, cuando existen manifiestos abusos y se oculta la realidad mediáticamente una vez más, y esta vez en el periódico INFORMACIÓN, en beneficio como siempre de la Arquitectura.

Ejemplo escandaloso de lo que he dicho, lo constituye el latrocinio de la autoría del espléndido y grandioso Puente de Millau atribuido por el mundo publicitario de la arquitectura a Norman Foster, cuando ha sido el ingeniero Virlogeux quien durante veinte años de su vida lo ideó, lo gestó y lo hizo posible, con una colaboración absolutamente subalterna del afamado arquitecto.

Recientemente anda revoloteando una ley que amplía las competencias de los ingenieros a un campo, que hasta el momento y sobre el papel, era patrimonio exclusivo de los arquitectos. He dicho a posta sobre el papel, porque en la realidad real y extra-oficial, la arquitectura y la ingeniería van y tienen que ir parejas, y lo harán cada vez más, por dos razones incuestionables:

Primero porque la formación académica de los arquitectos en tecnología y construcción cada vez es más deficiente e incompleta, alcanzándose cotas, en mi opinión sumamente preocupantes, pues se ha desvalorizado y se está desvalorizando cada vez más un título que superaba ampliamente a sus homólogos de otras latitudes, y se podía presumir del mismo en todo el mundo.

Y en segundo lugar, porque los grados de especialización que requieren cada vez más los sistemas y normas constructivas, hacen imposible que una persona por lista y preparada que sea, pueda abarcar de manera eficaz y fiable el proyecto y construcción de un edificio por sencillo que parezca, y resulta obligado el concurso de otros profesionales que lo hagan posible y viable.

Por las dos razones antes expuestas, ambas profesiones la de los ingenieros y la de los arquitectos están obligadas a ir de la mano y a entenderse lo quieran o no lo quieran, porque la sociedad y la realidad así lo exige y lo impone. El sector de la construcción, cada día más complejo, demanda conocimientos y respuestas eficaces que sólo pueden dar equipos pluridisciplinares, superándose ampliamente los títulos aislados a lo Robinsón Crusoe de arquitectos o ingenieros.

Por eso, las manifestaciones del Presidente de los Ingenieros Industriales, que con toda razón criticaba días pasados en este periódico el arquitecto Javier García-Solera, están fuera de lugar y resultan a todas luces impresentables, cuando comparaba una nave industrial con un edificio, añadiendo que la única diferencia estaba en el número de ventanas.

Pero exactamente igual están fuera de lugar, las que manifestó el Presidente de los Arquitectos rasgándose las vestiduras, al decir que con la nueva ley un ingeniero agrónomo podría proyectar un hospital, ocultando en sus manifestaciones interesadamente, algo que al menos resulta igual de llamativo si se analiza en profundidad, y es que con la ley vigente actual, un arquitecto recién acabado puede proyectarlo también teóricamente en su totalidad el mismo hospital, lo que parece, al menos para mi, sumamente preocupante, porque ambos no tienen la más mínima idea de cómo se ha de proyectar y hacerse un hospital.

El problema de las competencias profesionales, el mundo anglosajón, mucho más racional y calvinista que el nuestro, lo tiene resuelto perfectamente y no hay más que copiarlo, pero dudo mucho que los arquitectos españoles se avengan a ello por unos intereses exclusiva y puramente económicos, absolutamente ajenos a los estrictamente proyectuales y constructivos, que pueden delegar sin pestañear tal y como vienen haciendo constantemente, con tal que sus honorarios no se vean afectados por las competencias delegadas.

Nadie discute que todo proyecto necesita una idea rectora, y la buena arquitectura necesita un buen arquitecto, con título o sin título, y si tiene un título que lo acredite, mucho mejor; y en esto he de darle la razón a Javier García-Solera, porque la tiene; pero los arquitectos que saben historia no pueden dejar de constatar, por ejemplo, que el nacimiento de la arquitectura de los rascacielos funcionales de Chicago, fue liderada por ingenieros, mucho más que por arquitectos, aunque todo hay que decirlo, en épocas pasadas, parece que la construcción se movía más por otros derroteros que poco tenía que ver con los títulos.

Y de igual forma, la buena ingeniería necesita de buenos técnicos que la desarrollen, y si tienen el título apropiado para hacerlo mucho mejor; por eso, enerva a los ingenieros la forma tan frívola con la que algunos arquitectos invaden y aterrizan en el diseño de puentes y pasarelas, sin rigor alguno y sin el menor conocimiento de los mecanismos resistentes que rigen la razón y ser de estas construcciones. Ejemplos, todos los que se quieran: reciente pasarela en Elche sobre el Vinalopó, pasarela en Pilar de la Horadada eufemísticamente bautizada como el "Puente del Beso"; y no podemos olvidarnos del pastiche pastelero, con el que ha sido masacrada por un arquitecto la pasarela alicantina del Postiguet, ocultando el trabajo digno que había hecho previamente un ingeniero.

Los desencuentros, siempre nacen cuando una parte se olvida de la otra de forma consciente o inconsciente; y tengo que decir, para justificar que con este artículo haya abandonado mi claro retiro en estas lides, que casi siempre en este país nuestro, ha sido la arquitectura la que ha menospreciado y olvidado a la ingeniería de forma inexcusable; quizás por el temor a que se haga una ley oficial sensata y razonable, que materialice lo que en realidad y de manera soterrada ya se está haciendo cotidianamente.

Sin ir más lejos, acaba de publicarse en este diario un magnífico artículo sobre el Ayuntamiento de Benidorm y resulta curioso constatar, que las virtudes más encumbradas por el arquitecto autor del mismo, se las atribuyan en su totalidad a los arquitectos, cuando en realidad fuimos los ingenieros, concretamente los del equipo de Florentino Regalado y Asociados, los que hicimos posible y desarrollamos los valores más alabados del proyecto desde el principio, y fuimos también los ingenieros, los que dirigimos la construcción de todas sus estructuras con todos sus avatares.

¿Tanto costaba en el artículo del INFORMACIÓN mencionar a los ingenieros que compartieron con los arquitectos dicha obra? ¿Por qué se tiene tanto miedo a decir la realidad de las cosas, cuando nadie busca desplazar al director de la orquesta?

Otro ejemplo: ¿Dónde figura que el rascacielos más elevado y singular de Benidorm, como otros muchos, haya sido posible proyectarlo, incluida la difícil y complicada unión de su parte superior, gracias a la intervención de todo el equipo de FR-Ingeniería? ¿Por qué los arquitectos del edificio no han tenido la generosidad de compartir, lo que tal vez sea lo más sobresaliente del edificio, su estructura y su construcción, cuando en realidad no lo han hecho ellos?

Quizás estas cosas sean, las que motivan los desencuentros, las malas formas y las leyes que no acaban de gustar a los unos y a los otros, cuando como ya he dicho, el mundo en que vivimos nos obliga a convivir y compartir el trabajo, pero con generosidad, dando al César lo que es del César.