Pueden una canciller cristianodemócrata alemana y un presidente de la Comisión Europea del mismo país, pero de otro color político, ayudar a sacar a Europa de su atolladero y frenar el avance incesante de los populismos xenófobos y la extrema derecha? Ése es al menos el escenario más optimista de lo que podría ocurrir tras las elecciones europeas y el nombramiento de una nueva Comisión que sustituya a la dirigida hasta ahora por un político tan mediocre y tornadizo como ha demostrado ser el portugués José Manuel Durao Barroso.

Apartados ya los liberales del Parlamento y después de que la euroescéptica Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania) se quedase a sus puertas, la canciller Angela Merkel dispone de mayor margen de maniobra para llevar a su partido un poco más hacia la izquierda del brazo de los socialdemócratas.

Éstos últimos le han impuesto una condición sine qua non para aceptar entrar en una nueva gran coalición: la introducción de un salario mínimo como el que reclaman desde hace tiempo los sindicatos y que impediría que muchas empresas se siguiesen dedicando a una especie de «dumping» social.

Otra reclamación socialdemócrata está relacionada con el deficiente estado de las infraestructuras de ese país, que parece haber volcado todos sus esfuerzos en la exportación, descuidando muchas veces otras cosas. La reparación y el mantenimiento de autopistas, ferrocarriles e incluso de muchas escuelas exigirá nuevas inversiones que Alemania podrá permitirse fácilmente sin endeudarse gracias a los abultados ingresos fiscales que corresponden a una economía en pleno funcionamiento.

Al tratar de las actuales negociaciones entre la canciller y los socialdemócratas, el semanario Der Spiegel apunta la posibilidad de que la líder cristianodemócrata no se muestre especialmente combativa en las próximas elecciones europeas frente al que será cabeza de fila de los socialdemócratas, Martin Schulz, a quien podría aceptar fácilmente como presidente de la futura Comisión Europea.

Schulz cuenta con muchas posibilidades ya que tiene fuertes apoyos tanto en Estrasburgo - es actualmente presidente del Parlamento europeo- como en Bruselas, y, lo que es también muy importante, está bien visto en la capital francesa, lo que puede serle también de utilidad a la canciller en su nueva estrategia para Europa.

Desde Bruselas, Schulz podría en efecto impulsar una nueva agenda para Europa que contribuyese a combatir la mala imagen que, por culpa de su exigencia de austeridad a toda costa, tiene la canciller entre los ciudadanos de los países periféricos, hartos de soportar tantos sacrificios sin ver resultados.

Esa agenda consistiría en impulsar finalmente programas de estímulo del crecimiento económico de la eurozona, así como de lucha contra el intolerable desempleo juvenil y la evasión fiscal a escala europea. Como contrapartida, se permitiría a Bruselas ejercer un mayor control sobre la política financiera y económica de los Estados miembros.

Europa no puede continuar perdiendo competitividad pese a la cura de caballo a la que se han visto sometidos los países de la periferia. Así, España ha bajado del puesto 28 al 35 en la escala global de competitividad, Portugal ha pasado del 34 al 51 y Grecia, del 47 nada menos que al 91. ¿Hay demostración más clara de que las recetas no han funcionado en ausencia de los necesarios estímulos?

Pese a que algunos comisarios como el de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn hablan, contra toda evidencia, de que se ha conseguido una mayor integración de las políticas económicas de los países de la eurozona, el Gobierno alemán y también el Banco Central Europeo han terminado reconociendo que no todo ha funcionado según lo previsto.

Europa necesita no sólo una mayor armonización, sino que es preciso que los países estén realmente convencidos de que las duras recetas que se les aplican tienen sentido. Según Der Spiegel, Merkel quiere por ello recompensar a aquellos países que muestren estar realmente decididos a cumplir sus compromisos con fondos de un nuevo mecanismo de solidaridad como el que se discutió ya con París la pasada primavera.

La financiación vendría de un futuro impuesto sobre las transacciones financieras, pero también de fondos propios de la UE, lo cual marcaría un viraje político de la canciller pues hasta ahora se resistía a ello. En Berlín se está trabajando ya en ese plan. Como explica el semanario, tal ayuda estaría ligada a condiciones muy estrictas, tendría carácter limitado y su monto se iría reduciendo conforme fueran dando resultados las reformas.

No parece en cambio que vaya a haber los eurobonos que tanto reclaman los países del Sur y que apoyaban los socialdemócratas alemanes, pero sí más dinero para programas que impulsen el crecimiento, además de inversiones en educación, investigación e infraestructuras. Europa se juega mucho en ello, pues, como advirtió el primer ministro italiano, Enrico Letta, en la entrevista que concedió esta semana a varios diarios, el próximo Parlamento de Estrasburgo podría resultar ser «el más antieuropeo de la historia».